¿Cuándo aprendiste amar? Muy seguramente no lo recuerdas, ¿cierto? Ahora, ¿cuándo aprendiste a hablar? No lo recuerdas muy bien tampoco. Amar y hablar son dos acciones que se parecen mucho. Las hemos practicado desde la infancia y son casi que innatas y, en ocasiones, instintivas. A veces decimos cosas sin pensar, de la misma manera en la que nos enamoramos de alguien sin saber muy bien por qué.
Hablar y amar están hechas tan la una para la otra que sin lenguaje, no podríamos expresar todo lo que sentimos por esa persona especial. Desde una mirada cariñosa, hasta el poema más dedicado, expresar nuestro amor es un acto de habla.
El amor es tan fuerte que pasa por encima de todo. Al amor no le importa la edad, la religión, la raza o la profesión. Al amor le interesa tan poco la diferencia que pasa hasta por encima del género. Y no crean que solo hablo del género desde una visión de sexualidad porque, después de miles de años de historia humana, ya sabemos que el amor va más allá de lo genital. Para ser preciso, yo hablo del género gramatical. El amor es tan todopoderoso que pasa hasta por encima de las normas de la lógica y se disfraza en las lenguas, se camufla, se transforma, pero es tan esencial, que siempre será amor.
El amor es tan sublime que transmuta su género entre las distintas lenguas del mundo. En español, “amor” es lo que por convención se ha denominado una palabra “masculina”, pero en griego y en alemán, por ejemplo, el amor es toda una dama, pues su género corresponde al femenino.
Momento, momento ¿En griego y en alemán, dicen “la amor”?
Sí, así es: la amor. En otras palabras, el amor es una palabra trans, convive entre lo masculino, lo neutro y lo femenino. ¿Y es que acaso esa no es la gracia del amor, sentir un cariño inmenso por cualquier ser? El amor es tan buen trans que no necesita de las innecesarias arrobas o las impronunciables X, que las personas que promueven la inclusión no se cansan de usar mal. El amor no necesita presentarse como “L@ amXr”.
Es una palabra tan regia, como cualquier persona trans, que usa muy prudentemente las propiedades del español para que la empleemos como es: auténtica y poderosa.
El amor, en el español, no decidió ser una palabra masculina, así nació, así es.
Tampoco decidió ser una palabra femenina en griego o una neutra en inglés. Los términos que los lingüistas escogieron para designar los tipos de palabras son, y siempre lo han sido, arbitrarios. Muy tranquilamente, los griegos (muy liberados sexualmente) pudieron haber dicho “nuestra lengua tiene palabras alfa, beta y gama”, pero pues ya le habían dado esos nombres a variables matemáticas. No se puede negar que sí hay correspondencias, como “el hombre” o “la mujer”, pero nada explica por qué la mayoría de las lenguas europeas emplean el género neutro para la palabra bebé, muy para dicha de los activistas de género. El amor, libre transitante de los géneros, no discrimina, pero las personas sí.
Como el amor y el habla se parecen tanto, se puede concluir que la discriminación no está en que una palabra sea masculina o femenina, en que acabe en -a o en -o, está en que las personas que elaboran a diario discursos discriminatorios y en que agreden deliberadamente con la palabra. Así que si yo fuera una lengua, compondría una canción que se llamara “I Was Born This Way”, para que nadie me obligara a presentarme como “un@ ser humanX” cuando en realidad yo soy, con mucho orgullo y sin pena de decírselo a cualquiera, un ser humano que habla y que ama.
Por Equipo de @LenguaEscrita
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