Desde los tiempos en que empezó siendo Villa, en enero a Barranquilla se la toma la alegría. Y el espíritu de la fiesta encarnado en una mujer hace claudicar al orden sustituyéndole por el goce.
La parábola vital de la ciudad más grande del Caribe se resume en una fiesta: el Carnaval de Barranquilla, Patrimonio Cultural de la Nación y Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad declarado por la UNESCO en 2003, una tradición viva que se fortalece generación tras generación.
Alrededor del 20 de enero, día de San Sebastián, los amos españoles daban licencia a los esclavos para bailar. Y por esas mismas fechas, la autoridad de la ciudad entrega las llaves a la soberana de las fiestas que en su primer decreto real, llamado Bando, conmina a danzantes y cumbiamberos a defender como ejército leal el mandato de la burla, el disfraz y el jolgorio.
El Carnaval para Barranquilla es tan importante como la comida para los barranquilleros. Los viejos “curramberos” y las nuevas generaciones “quilleros” trabajamos para gozar y no gozamos trabajando. El hedonismo es el leitmotiv de una ciudad forjada bajo el ardiente sol tropical y rodeada por el río y el mar, de donde sustenta su riqueza.
Las mujeres de Barranquilla, desde pequeñas, quieren ser Reinas de la fiesta, no por un asunto cosmético o baladí, sino porque encarnan la unidad de esta particular población que le entrega el poder y el afecto perpetuo a la fémina que les saque cada año de la monotonía. La coronación de la Reina es, por tanto, un acto solemne lleno de simbolismos que se realiza días antes de los cuatro anteriores al miércoles de ceniza, fecha en que debe parar la juerga y empezar el recogimiento por la cuaresma.
En 2013, la Reina Daniela Cepeda Tarud, más que abogada o hija del Senador Presidente del Partido Conservador, es quien encarna los valores de un pueblo sin abolengo en la cual conviven pacíficamente hijos de aborígenes, españoles y africanos; de alemanes, norteamericanos y franceses; de palestinos e israelíes que llegaron buscando una tierra de paz y armonía.
Del Viejo Continente los migrantes trajeron el Carnaval y en el marco del Caribe el colombiano la mezcla de tambores africanos, flautas de millo más gaitas indígenas y la elegancia europea dieron como resultado una equilibrada poción mágica llena de colorido, sonoridad y hasta olor particular.
La coronación de la Reina Daniela fue un derroche de tradición y un recorrido bicentenario por el folclor nacido de las arenas cálidas besadas por el mar y de las orillas del río con la fauna y flora como testigos. Folclor parido en las sabanas de Bolívar e hijo del Magdalena Grande; un espectáculo multicolor con plumas y lentejuelas donde estuvo también presente la industria, el puerto y el orgullo por ser sede del Junior y casa de la selección.
Una “Batalla de Flores”, declarada por un general en la guerra de los mil días; unas familias que traspasan su legado de Congos y Garabatos; unos barrios de arriba y de abajo que basan su orgullo en cumbiambas y danzas; unos jóvenes que se marcan el cuerpo a ritmo de mapalé, champeta y baile afrocaribe. Música en cada rincón por quien la toca y para quien la baile, son características que hacen de Barranquilla -a pesar de sus problemas y enredos- una ciudad feliz.
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