UNA FECHA PARA SER LIBRES Y SER QUIENES SOMOS

UNA FECHA PARA SER LIBRES Y SER QUIENES SOMOS

- La primera vez que cuestioné mi sexualidad, tenía unos cinco años.

Mario: mi hermano gemelo y yo, asistíamos a clases de danza en una academia divertidísima donde todo el día hacíamos ejercicio y escuchábamos canciones, acompañados por una sonriente profesora. Recuerdo que bailábamos una canción cuya letra recitaba:

— “Cabeza, hombros,

rodillas y pies,

y todos aplaudimos otra vez”

Él, usaba una trusa azul y a mí, me vestían con una trusa roja. Acudíamos a esta clase varios niños, tres veces por semana. El contacto físico era bellísimo; disfrutaba los abrazos, andar con torpeza junto a mis compañeros (a pesar de ser muy descoordinado nadie me juzgaba porque lo hacía bien o mal), eran sólo juegos. Juego y movimiento. Juego y movimiento con el cuerpo. Ritmo y diversión.

Al terminar la clase, me quedaba bailando más tiempo. Mario, se quitaba la trusa con violencia, quería sacársela de un solo jalón, para poderse poner el pantalón de la sudadera y salir corriendo al patio a jugar fútbol con los otros niños. Pero yo, adoraba sentir que el viento rosara mis piernas, pasando por esa licra roja mientras corría y saltaba en el salón de clase, en el parque, en mi habitación, en cualquier lugar. 

Con la trusa de lycra era el más feliz. Me sentía libre bailando. Me sentía muy lindo. Mi mamá me lo decía, pero una sonrisa burlona de mi hermano mayor, me hizo sentir que eso no era normal. Era raro.

Como somos gemelos, siempre nos comparaban. “Mario es el más fuerte, Alfonso es muy sensible”, “Mario es muy deportista, Alfonso es muy musical”. Esta comparación, a pesar que nunca fue vista por nosotros como una competencia, marcó nuestra personalidad. La trusa tuve que dejar de usarla, porque cuando fui creciendo me apretaba cada vez más, hasta que un día la niñera me dijo que me veía como una niña y la botó a la basura. La trusa azul de Mario, hacía años había terminado entre los trastos porque él la detestaba, pero yo no quería quitarme la mía. Ya no me veía lindo como mi mamá me decía. Me veía muy marica comparado con mi hermano heterosexual.

—“Ojos, orejas, boca nariz

y todos aplaudimos otra vez”

La trusa roja era muy resistente, porque a los ocho años podía usarla y no se había roto. Estaba un poco desgastada y desteñida, la licra transparentaba, pero no se le había soltado ni una costura. La trusa era elástica, pero mis pensamientos se volvían cada vez más rígidos. Se endurecían por comentarios correctivos de los adultos: 

“No te muevas así Alfonso, te ves muy maricón”. 

“No corras así, porque te ves como una princesa”. 

“No  juegues con la Barbie de Natalia Alfonso, más bien juega con esta pelota”, 

“Los niños no lloran ni hacen berrinche, eso es de niñas”. 

Así, poco a poco, mi trusa roja, con la que me sentía libre fue a parar al basurero y yo, terminé dentro del clóset.

El Pride es una fecha importante porque gracias a ella miles de personas como yo, pueden volver a disfrutar. El contacto físico con cuerpos que te aceptan es la experiencia más liberadora que puede haber. Disfrutar de un abrazo o de una caricia sin ser juzgado, sin ser violentado, es algo muy bello que nos regalaron Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera hace más de 50 años, cuando ser diferente era repudiado por todos. 

En la marcha, Era sólo juegos. Juego y movimiento. Juego y movimiento con nuestros cuerpos. Igual que en ese salón de baile de la infancia. Por eso, hoy, en el 2020, no podemos dejar que nada nos arrebate ese regalo que nuestras madres trans nos dieron, y debemos honrar su memoria, buscar que nuestros hermanos y hermanas lesbianas, trans, gays, bisexuales, diversos, queers, de género fluído, asexuales etc. Puedan ser sin que nadie, ni siquiera nosotros, los reproche o violente.

Por Alfonso J. Venegas
Obra: Ejercicios de Danza.
Autorretratos.
Grafito con intervención digital.
Serie de doce piezas.
Dimensiones: 20 x 25 cms.
Junio 2020