martes, 16 de junio de 2020

La nueva promiscuidad: crónicas de un encierro (gay) durante la pandemia

La nueva promiscuidad: crónicas de un encierro (gay) durante la Pandemia

En tiempos de interseccionalidad, combinar homosexualidad, pandemia y promiscuidad puntúa como uno de esos reductos del coronavirus carne de reportaje de investigación. ¿Cómo está de caliente el personal con este encierro carcelario? ¿Vuelven los tiempos de clandestinidad en versión 2.0? ¿Es viable una vida sexual activa y segura? ¿Estamos ante el advenimiento de una nueva promiscuidad?


No es una frivolidad, aunque quizá sí un poco de estereotipo. Pero con esta fatiga que da ver que todo lo que hagas y digas en público puede ser criticado, alabado, retuiteado o balconazificado, no es extraño que a más de uno le apetezca volcarse en lo que llegamos a definir un día positivamente como “la más estricta intimidad”. En el “cuando nadie me ve, puedo ser o no ser”, como diría Alejandro Sanz, o en esos pequeños placeres que a uno le gusta resolver en solitario, como diría Saramago. Aunque nunca supimos a qué se refería Sanz y sí sabemos que Saramago escribía elegantemente sobre tocarse la nariz, yo estoy hablando estrictamente de sexo.

Pornhub vio rápidamente que encierro y pornografía eran compañeros más que evidentes y empezó a regalar suscripciones a diestro y siniestro. Pero quizá no previó que se iba a crear un subgénero. En un paseo rápido por la oferta he visto mascarillas con aperturas para practicar sexo oral (el esquijama 4.0), cruising violando la distancia de seguridad o, cómo no, el glory hole como pantalla de protección avant la lettre que ahora se revaloriza. En la categoría de relatos eróticos, mi favorita, la clásica sección de heterosexual con talón de Aquiles sustituye los relatos carcelarios o del servicio militar por el confinamiento con compañeros heteros más calientes que el palo de un churrero. Dejan la puerta abierta cuando se duchan o ven porno en el salón y no dicen que no a una mano amiga. El volumen de relatos por día, además, está que arde. Buenas noticias para la literatura sin prejuicios en la que las faltas de ortografía forman parte del encanto.

Al margen de lo anecdótico, en una comunidad que izó la bandera del sexo como arma política y que abraza la ética promiscua como alternativa al modelo heteronormativo, el colectivo se plantea maneras de no perder más libertades que las estrictamente impepinables. La estereotipada versión erótico-festiva, que no lo es todo pero existe y así tiene que ser, es otro sector afectado profundamente por la crisis. Irónicamente, es probable que las saunas sean, junto con los estadios de fútbol, las últimas en abrir. Encuentros en la última fase. Se han escrito ya artículos sobre cómo la cultura gay del sexo colectivo cambiará después de la pandemia, o cómo el colectivo, que ya vivió casi en solitario la pandera del sida, tendrá sus peculiaridades con el Covid-19.





Podemos decir que las pandemias tienden a convertir tu vida en una experiencia más conservadora (esos amigos que justo habían decidido abrir la pareja y lo que cerró fue el mundo) o que te pille con lo puesto (o lo oficial, me pregunto qué ha sido de las infidelidades en estos tiempos). Y me produce una sana diversión ver que los gays le hemos echado ganas para no sucumbir al tedio sexual. Desde la iniciativa #sendnudes, que entiende como solidaridad enseñar un poco más de carne de la cuenta hasta bordear el sexting –se filtran también algunos heteros, pues la era de Instagram y de la masificación de los gimnasios ha generado cierta adicción a calentar a la parroquia de admiradores gays–, hasta ver cómo en Grindr ya la gente aclara en su perfiles que es covid positivo como quien dice que toma PreP o es activo, pasivo o versátil (lo cual ya no tiene tanta gracia, pero ocurrir está ocurriendo). También la llamada “chorboagenda” resurge con fuerza y resucitan los polvos de una noche que te whasapean y, tras cumplir con el protocolo sensible de preguntar por el estado de las cosas, te envían sin transición un vídeo masturbándose.

En lo personal, quizá por mi identidad de homosexual de origen rural, me he visto más emulando a James Stewart, viendo a través de mis ventanas bastante discretas. Los cristales, por desgracia, están bastante sucios, pero siento que recupero un sentido del voyeurismo y la fantasía que, como los delfines de Venecia, habían ido a surcar otros mares menos contaminados por el ruido diario. También, cuando salí a pasear el otro día después de dos meses de encierro me di cuenta de que todos los hombres, por hache o por be, por un paquete bien puesto o por unos ojos como única parte visible de su cara, tenían un pase. Así que, si bien queda superado el mito de que la pandemia nos hará mejor personas, podemos decir que, en lo sexual, nos hace más agradecidos. Algo es algo.


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