Por DANIEL SAMPER PIZANO
"El Congreso debe aprobar el matrimonio entre parejas del mismo sexo o de lo contrario cometerá un error y una injusticia históricos."
Si algo saben los homosexuales es que los familiares que en vida los repudian son los primeros que corren a averiguar qué les quedó en su testamento cuando mueren. Hasta hace 30 años, la ley consideraba a los homosexuales colombianos delincuentes y hace solo seis otorgó a la pareja del difunto gay el derecho a heredar el patrimonio que forjaron juntos. Ahora es justo que la ley reconozca a las parejas del mismo sexo la plenitud de sus derechos, empezando por el de contraer matrimonio.
La Corte Constitucional concedió en el 2011 dos años de gracia al Congreso para aprobar un estatus matrimonial o equivalente al que pudieran acogerse gays y lesbianas. El plazo vence el 20 de junio, y sopla sobre el Capitolio un huracán oscurantista que pretende mantenerlos en condición de ciudadanos de segunda clase a causa de sus preferencias sexuales. Las encabeza –¿quién si no?– el procurador Alejandro Ordóñez, el mismo que en un famoso y vergonzoso escrito redujo los homosexuales a la categoría de animales.
¿Qué argumentos puede tener la sociedad para meterse en la alcoba de los asociados y decirles cómo y a quién pueden amar?
Algunos dicen que es indispensable que las parejas tengan hijos, con lo cual, para ser coherentes, quienes no quieran procrear tendrían que ser obligados a hacerlo, y quienes no lo consigan pronto serían forzados a experimentos extremos. Si se trata de establecer la reproducción como valor supremo, empecemos por prohibir el celibato sacerdotal y premiar con parroquias, obispados o papados a los mejores sementales.
También se arguye que el matrimonio homosexual conspira contra el matrimonio tradicional. ¿Cuál? Porque a lo largo de la historia ha habido muchos. ¿El de los patriarcas polígamos, que describe la Biblia? ¿El de los santos varones obligados a “verter su simiente” en las cuñadas viudas? ¿El de la mujer en la iglesia y la cocina –analfabeta, de ser posible– y el hombre en el trabajo y en el bar? Conozco gays que son admirables cristianos y ejemplo de amor mutuo, y sospecho que Dios no les negará la gloria eterna porque tengan gustos distintos a los del Procurador.
Una cosa son los mandamientos y otra son las leyes. No podemos llevar los pecados al Código Penal, porque si no las cárceles se llenan de onanistas y señoras que toman la píldora. El Congreso debe ponerse a la altura de la Historia y de la Corte Constitucional y legislar para el siglo XXI, no para el Medioevo. Que apruebe cuanto antes el proyecto de ley presentado por el senador Armando Benedetti “por el cual se establece la institución del matrimonio para parejas del mismo sexo”, o de lo contrario perpetuará una injusticia milenaria y un anacrónico elemento de exclusión social.
Tomado de http://www.eltiempo.com
Por Daniel Samper Pizano
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