domingo, 28 de abril de 2013

Opiniones y caricaturas POST DEBATE matrimonio igualitario



Congreso de pícaros

Por: Felipe Zuleta Lleras
Pasó lo que tenía que pasar. Un Congreso conservador, pacato y mediocre enterró de un plumazo el proyecto de ley que pretendía legalizar los matrimonios para las parejas del mismo sexo. Esto, por supuesto, no me sorprendió, pues para que los “honorables” padres de la patria decidan, tiene que haber prebendas de por medio. Contratos, puestos y demás vagabunderías


Cuatro millones de colombianos de la comunidad LGBTI vieron frustrados sus derechos, a pesar de que el artículo 13 de la Carta reza que no podrá haber discriminación por razón de la condición sexual. Pero eso poco les importó a los senadores, porque se pasan limpiándose con la Constitución sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Si se la pasa por la faja el procurador Ordóñez, que dizque los disciplina, ¿por qué no la han de hacer esos sinvergüenzas que se ganan 25 millones de pesos al mes para trabajar tan sólo unos pocos meses al año?

Por supuesto que cualquier cosa que uno diga es llover sobre mojado, porque los ciudadanos salen en las próximas elecciones a votar por ellos, gracias a las tejitas y los mercados que muchos reparten, haciendo del voto una explotación del hambre y la miseria en la que viven millones de colombianos.

El Gobierno también pasó de agache, con unas frases políticas muy, pero muy diplomáticas dichas por el ministro del Interior, Fernando Carrillo. Es una lástima que tantos millones de colombianos sean tratados como parias en su propio país, como si no existieran para ellos la ley y la Constitución. Esta es una forma de discriminación que debe ser rechazada, pues, por principio, nadie puede ser tratado como ciudadano de segunda en un país que dizque se precia de ser la democracia más antigua del continente.

Sólo espero que al menos haya investigaciones en contra del senador Roy Barreras, que defendía a los gays públicamente pero quien, literalmente, sacó el culo en el momento de votar para cumplir con unos compromisos que firmó con una iglesia cristiana, a cambio de votos, como lo denunció un pastor en Blu Radio.

No me equivocaba cuando decía que el Congreso era una alcantarilla llena de ratas que había que higienizar, lo cual hoy, estoy convencido, no se puede hacer ni con Clórox, que todo lo limpia.

Cobardes los 11 senadores que no asistieron, pues al menos los que votaron en contra pusieron la cara. Cobardes porque no fueron capaces de asumir una posición como la que asumió valientemente el senador Benedetti, quien aun arriesgando su prestigio se la jugó a fondo. En fin, este es otro capítulo vergonzoso para el país, pues a pesar de que los senadores no legislaron, las parejas del mismo sexo son imparables en lo que tiene que ver con sus derechos, como lo fueron las mujeres cuando exigían que las dejaran votar.

Colombia no deja de ser un país de contrastes extraños, contrastes que duelen, en donde los ricos son más ricos y los pobres más pobres, en donde todavía se discrimina de una manera grotesca y feroz.

Felipe Zuleta Lleras @FZuletalleras / | Elespectador.com



Mundo Gerlein
Por: Ramiro Bejarano Guzmán
Aunque no me sorprende que 51 senadores hayan enterrado el proyecto de ley del matrimonio entre parejas del mismo sexo, sí me indigna la forma irresponsable y retrógrada con la que se le puso punto final. Hoy, por cuenta de esos 51 senadores seguimos siendo una nación retardataria y confesional.

La frase con la que el senador Gerlein —bien conocido por clientelista y politiquero— vaticinó el hundimiento de la libertaria iniciativa, describe lo que la encopetada godarria piensa de los derechos ajenos. Según el decadente parlamentario barranquillero, como el 80% de colombianos somos heterosexuales, entonces había que rechazar el matrimonio gay. Visto de otra manera, lo que en el fondo implica la tesis Gerlein es que derechos que no sean mayoría, no ameritan ser reconocidos. Con ese mismo criterio otras generaciones de godos durante siglos desconocieron a los negros y los indígenas, hasta que la Constitución del 91 intentó enmendar esa terrible ofensa histórica que aún no cesa. Hubo hasta una ley —la 153 de 1887— en vida de Núñez y Caro, que permitía la rebaja de penas a los indígenas condenados siempre que aceptaran someterse a bautismo y catequización de la perseguidora Iglesia católica.

La doctrina Gerlein no es absoluta, pues reconoce calculadas excepciones. En efecto, a pesar de que los pobres son mayoría, ese Congreso no legisla para ellos, sino para la inmensa minoría de quienes todo lo detentan.

Pero si en el Senado llueve en el Gobierno no escampa. Se hizo el de la vista gorda, como en muchos otros temas, y en vez de haber apoyado el proyecto, se amangualó con el diletante Roy Barreras y otros más, para que se hundiera. La actitud de los ministros del Interior y de Justicia francamente fue deplorable.

La desastrosa ministra de Justicia, quien no da pie con bola en nada, no tomó la iniciativa de comprometer al Gobierno en la suerte de un proyecto que en el concierto universal nos habría permitido ganar en respeto y tolerancia. En efecto, prefirió anunciar que el Gobierno autorizaría a los notarios a que personas del mismo sexo celebren “uniones maritales”, pero no matrimonios. Obviamente, cuando un gobierno guarda silencio frente a la opción matrimonial entre homosexuales y al mismo tiempo anuncia que los notarios apenas les reconocerán una discreta “unión marital”, ello en el críptico mensaje de la política sólo podía significar que estaba de acuerdo con Gerlein, Roy Barreras y toda la caterva de insensatos que ultrajaron a muchos compatriotas.

Y para completar el rosario de inequidades, el ministro de la política, Fernando Carrillo, salió con la genialidad de que a este proyecto le faltó discusión jurídica. No hay tal; la controversia jurídica sí se dio, tanto que la Corte Constitucional profirió una sentencia —gelatinosa y cobarde– en la que en vez de decidir de fondo delegó asunto tan cardinal a un Congreso que de antemano se sabía que no sería capaz de avanzar. Por eso triunfaron las ideas religiosas del corrupto procurador Ordóñez y de la lobista Ilva Myriam Hoyos, voceros de una iglesia homofóbica e hipócrita invadida de pedófilos. Y ante ellos el vacilante régimen de Santos tiembla y no se atreve. Tan liviana es la explicación de Carrillo, que aun en el evento de que hubiese hecho falta ilustración jurídica, la culpa sería del mismo Gobierno; es decir, se está quejando de su propia falta.

Como lo dijo Martha Lucía Cuéllar, la valerosa mujer que con su verbo estremeció para siempre al Congreso: el inmenso error de no aprobar el matrimonio igualitario lo cobrarán las nuevas generaciones, que tampoco entienden semejante atropello de los flamantes padres de la patria.

Adenda. ¿Cuándo los militares terminarán la investigación exhaustiva para identificar al traidor a la patria que le dio información privilegiada a Uribe? ¿Será por eso que el procurador Ordóñez anda de agitador en las guarniciones militares?

Por Ramiro Bejarano Guzmán notasdebuhardilla@hotmail.com / | Elespectador.com




Sexualidad por mayoría de votos

Sergio Ocampo Madrid
El agitado debate de los últimos meses, que culminó el miércoles pasado con el hundimiento abrumador del matrimonio igualitario en el Congreso, me hizo evocar los largos y exaltados debates que se protagonizaron en ese mismo capitolio hace casi 80 años, cuando empezó a discutirse si la mujer debía tener acceso a la universidad, al patrimonio y al sufragio.


Fueron dos décadas de polémica encendida, que arrancaron en 1934 con la reforma a la educación, y terminaron en el 54, el 24 de agosto, cuando en la noche se aprobó el voto universal. Habían transcurrido 68 años desde que Suecia dio ese paso y se convirtió en el primer país en poder hablar de ciudadanas.

Las coincidencias entre ese tiempo y el de hoy son inquietantes, y sugieren que esta nación parece condenada a repetirse, a patinar eternamente en el atraso, en la inequidad y la exclusión. En esos días, como en estos, se vio a una iglesia Católica feroz para defender sus prejuicios seculares, a un penoso Partido Liberal con una dirigencia más ‘goda’ que los ‘godos’, a un conservatismo cavernario, y a unos políticos diciendo estupideces que hoy, siete y ocho décadas después, dan vergüenza, o mucha risa.

En el 34, por ejemplo, cuando el gobierno de Olaya presentó el proyecto de coeducación para crear colegios mixtos y permitir el acceso femenino a la universidad, Germán Arciniégas, ‘liberal’, advirtió que sobrevendrían “grandes trastornos sexuales en las aulas si se aprobaba este terrible brote demagógico”. Los obispos también maldijeron desde el púlpito. Monseñor Builes afirmó que “la coeducación en estos climas tropicales trae consigo lo que la masonería busca: corromper la niñez y la juventud… los desfiles de las niñas y señoritas a medio vestir, las gimnasias desvergonzadas… todos los métodos corruptores que vienen usando con innegable éxito nuestros gobernantes masones”. Y en 1938, el obispo de Pasto excomulgó a la Universidad de Nariño por abrir las primeras carreras para el sexo femenino.

Unos años antes, don José María Samper, prohombre ‘liberal’, explicaba por qué la Constitución de 1886 no había otorgado la ciudadanía “a la mujer, al vago y al menor”. Ellas, decía él, “no nacieron para gobernar la cosa pública y ser políticas…nacieron para obrar sobre la sociedad por medios indirectos… y servir de fundamento y modelo a todas las virtudes delicadas, suaves y profundas”.

Otro gran ‘liberal’, Enrique Santos Montejo, el famoso ‘Calibán’, escribía en El Tiempo, en 1944, sobre su total rechazo a la idea de las mujeres en las urnas: “Las jóvenes solteras se ríen hoy del matrimonio y proclaman el derecho a tener hijos sin necesidad del vínculo sagrado… Salvémosla (a la organización social) y no la sometamos a la prueba insensata del voto femenino, que será el paso inicial a la transformación funesta de nuestras costumbres… el sarampión sufragista pasará pronto…”

Un lector agudo podrá deducir con lo anterior que con liberales así, ¿para qué conservadores? Y otro más perspicaz podrá notar que del siglo XIX a hoy la dirigencia ha cambiado de manos muy poquito: don José María era tío tatarabuelo de Ernesto Samper, y Calibán, el abuelo de Juan Manuel Santos Calderón.

Los conservadores también aportaron frases enmarcables. En 1936, cuando apenas empezaba el tire y afloje sobre el voto universal, el senador Manuel Caamaño sacó este argumento: “En Francia, no ha sido posible hacer jueces a las mujeres; ellas no pueden prescindir del rouge ni en los momentos más delicados de la investigación”.

¿Qué diferencias hay entre esos tiempos y lo visto en estos meses alrededor del tema de las uniones gay? Nada o casi nada. La iglesia Católica a través de monseñor Juan Vicente Córdoba dejó en claro varias veces que “el matrimonio homosexual hiere de muerte la institución familiar”, y que “los homosexuales no son enfermos, pero sí tienen una desviación en su identificación de género”. Son, pero no son.

También hubo frases memorables que vale la pena reseñar para que en 40 o 50 años produzcan pena, o risa. Como cuando el senador Édgar Espíndola afirmó que la homosexualidad es una “tendencia nueva” y que aprobar la unión entre personas del mismo sexo generaría “reglamentar prácticas sexuales como la zoofilia, la necrofilia o la pedofilia”.

O Carlos Baena o Claudia Wilches hablando de la etimología de la palabra matrimonio y su origen bíblico. O Roberto Gerlein con su “merece repulsión el catre compartido por dos varones, qué horror (...) Es un sexo sucio, excremental, asqueroso, que merece repudio”.

Y solo ocho de dieciocho liberales votando a favor de unos derechos que casi ni deberían discutirse, porque la gente se organiza como puede, como quiere, como le dicta el corazón, no las mayorías.

En fin, el debate o más bien la falta de este, demostró el Congreso ignorante y anacrónico que dicta nuestras leyes hace un siglo, que sigue legislando en el prejuicio, en la moral de las religiones reveladas y desconociendo tercamente lo que la ciencia y la razón puedan decir.

Tomado de http://www.larepublica.co




Las uniones homosexuales: el apartheid colombiano
Por: FERNANDO FERNÁNDEZ

“El opositor al matrimonio homosexual no libra batalla por promover una reivindicación,
sino por impedir que otros accedan a su mismo derecho.
Definición misma de intolerancia”
Le Nouvel Observateur – Francia

Curioso ver a muchos de los que exhiben sus felicidades en público, sus alegrías del tanto disfrute de días en pareja, y que explayan, a guisa de testimonio, fotos, comentarios y nimios detalles en reuniones y redes sociales, como constancia de las grandes dichas que les producen sus vidas maritales unidas por un vínculo matrimonial; es extraño ver que esos mismos exhibicionistas de sus contentos se convierten en avezados censores cuando de ampliar a otros esa felicidad se trata; parecen creer en este bienestar como algo que les pertenece monopólicamente, que no se comparte, que no debe ser de acceso a otros que no ostenten estrictamente sus mismas características, esas que ellos tildan de “normales”; en el caso que queremos ilustrar que no haya pertenencia a la comunidad homosexual. Un combate contra el derecho de los otros.

Como si la vida fuese un caudal plano, uniforme, sin meandros ni diferencias, por cuya aburrida homogeneidad se pasearían sus pretendidas “normalidades” que propenden y justifican como un dictado de moral –así esta no esté presente en todos sus humanos actos–. Esa ética no les prescribe equidad, ni justicia con los demás sino obediencia irrestricta a principios aprendidos, poco reflexionados o autocriticados, y sobre todo ciego acatamiento a una entelequia dogmática que provee el sentido de sus existencias; esto lo saben o sospechan, pero fingen ignorarlo para que sus exiguas “filosofías” no se desmoronen y el sinsentido existencial se les instale.

Ya lo hemos entendido, estas personas son en su mayoría gente de bien, bienintencionada y, claro, directamente influenciadas por una religión, en nuestro caso geográfico y cultural la que emana de la cosa judeo-cristiana. Otros sujetos, creería uno y estos lo afirmarían, no están en apariencia ligados con alguna institución religiosa, y en efecto así lo es de manera directa, pero su derrotero “moral” sí está marcado por el sino educacional, social, cultural y hereditario que determina sus quehaceres y mentalidades; para el caso vienen siendo lo mismo que los primeros. Es decir, los primeros activistas y los segundos seguidores pasivos de la misma idea y comportamiento. Común denominador: son teístas creyentes y ceñidos a los dictámenes que les han enseñado y transmitido directa o indirectamente ora el clero católico, ora los pastores de sectas cristianas.

Las iglesias de garaje proliferan por miríadas atomizadas en pequeños o en amplísimos y lucrativos establecimientos; todas subvencionadas por diezmos “voluntarios” de los incautos feligreses, pero algunos, los más astutos, con ayudas del extranjero, particularmente con las generosas estadounidenses que contribuyen con predicadores, capacitación, material evangelizador, y dinero. Estas sectas (el calificativo les molesta, se sienten subestimados), son más vehementes, más recalcitrantes que la iglesia católica; la razón principal: están lideradas por pastores de escasa preparación, poco nivel educativo, como no sea el emanado de la lectura exclusiva y compulsiva de su libro, la biblia, ese que ponen por encima de las leyes, de la constitución, del amor, de los humanos y de los estados. Pero, no se preste a yerro, los pastores de mayor adiestramiento no son tampoco mejores consejeros para la sociedad, lo que los diferencia es un mejor léxico, menos faltas gramaticales en su hablar o escribir, y un alto nivel de “elaborado” sofisma que los hace “inteligentes” y dignos ante los ojos de sus seguidores. Dedican, los unos y los otros, triste y fanáticamente sus días a preparar sermones, dar consejerías sobre lo humano y lo divino –sicólogos baratos–, a hacer proselitismo político, y a emplazar edictos condenatorios a todo aquello, que a su parecer, se aparta de su sagrado y único libro. Ellos, y solo ellos, saben interpretarlo y guiar a los demás para un “correcto entendimiento”; son los embajadores y garantes en tierra de la entelequia divina que, afirman, los ilumina.

Y uno se pregunta inocentemente, sin lograr respuesta ni propia ni ajena: ¿con todo lo que la humanidad tiene por corregir, por progresar, por armonizar no podrían interesarse estos señores (porque mujeres no hay, estas ocupan oficios secundarios; la dirigencia es cosa de varones) en temas y labores más productivos, dentro de la inmensa variedad de necesidades que nos asola? Y mira que se las arreglan para considerar útil y fundamental el meterse a reglamentar el “catre” de los demás…. En esas estamos con estos señores que hacen más notorias sus censuras y anatemas, por estos tiempos en que se discute sobre el matrimonio igualitario.

Desean estos señores que una franja de la población permanezca al margen de los derechos que les corresponden como ciudadanos, desean instalar un apartheid que confine la comunidad homosexual a silencios, a la negación de su erotismo y a la inexpresión y práctica de sus deseos carnales (esos que con desprecio tildan de innaturales, pecaminosos, perversos y hasta excrementales). Se han lanzado en una primaria y lamentable campaña estos fundamentalistas religiosos desenvainando sus biblias –el supremo recurso, según su entender– y proclamándose adalides de moralidades añejas, al tiempo que guardianes de la inequidad. Intentan, y en buena medida lo logran, usar sus espadas bíblicas como substituto de la Constitución que nos gobierna.

No deja de ser curioso, por emplear un eufemismo, que las sectas cristianas, desposeídas de derechos antes de la Constitución del 91, ahora se conviertan en abusadoras de otras minorías; el círculo de opresión en marcha: conquistar libertad y derechos para luego maltratar a otros. Pensar que hace no mucho tiempo nuestra sociedad, impregnada de pacatería y religión, decía con relación a los derechos civiles de las mujeres: una mujer con voto, trabajando y fuera del hogar era la debacle de la familia y del orden establecido, asimismo lo fue para el esclavo y el negro. Los miedos y los fantasmas continúan, las argumentaciones tristemente las mismas.

Poco tiempo hace el copapa, Benedicto XVI, sabionda e infaliblemente promulgó: ”El matrimonio homosexual amenaza el futuro de la humanidad”, sin siquiera proponer como causales a los severos efectos de la guerra, al hambre, a la desigualdad y a otros tantas. Luchas estériles, y no menos equivocadas, que urden, tal vez, para eludir el análisis de las reales procedencias del abatimiento moral de la humanidad.

Para que nada faltara a la fiesta de la desigualdad, los “honorables” congresistas se libraron a cálculos electoreros, esos con los que manejan su arsenal de votos; alguno de ellos, el más “honorable” y vitalicio de esa ralea, se permitió explicar, con desprecio y orgullo, que legisla para el 80% de los colombianos, en este caso para quienes son heterosexuales. ¿Se dará cuenta que tan discriminatoria afirmación socava las minorías: los discapacitados, los afrodescendientes, los indígenas, los ancianos, los extranjeros, los partidos políticos que no están en el poder, las sectas cristianas, etc, y que como triste corolario, resquebraja la democracia? Una democracia real se distingue por un gobierno de la mayoría, pero por la protección de los derechos de las minorías. Nada cambiará en nuestro país si el congreso no es ampliamente renovado con un espíritu ideológico más amplio, menos influenciado por la religión, más acorde con las necesidades del mundo actual y menos calculador de votos en detrimento de una legislación moderna y equitativa.
Basta. Ya es hora de que consolidemos una sociedad más humana, menos politiquera (ie. oportunistas como
Roy Barreras que vergonzosamente hace pactos con sectas cristianas para asegurar sus votos, o el camandulero Procurador que ya se ve presidente del país junto a la godarria irreflexiva), menos dirigida por mandatos de un supuesto más allá, –con respeto de quienes deseen creer en ello–, menos apegada a acomodaticias “leyes naturales”, y sobre todo con el establecimiento de un verdadero estado laico, no confesional como es el mandato de nuestra Constitución. Basta, el medioevo se terminó, este no volverá, a pesar de los ingentes y bizantinos esfuerzos de los albergadores de nostalgias arcaicas.

Justicia con la comunidad homosexual se hará más temprano que tarde, así las primeras batallas sean de pérdida aparente; no se somete una minoría legal por siempre con soterrados pretextos religiosos. De este yugo ya numerosos países se han redimido, Colombia sigue en deuda. Hasta el feroz apartheid racial en Sudáfrica, que duró más de lo imaginable, cayó.
___
PD. Circula por internet un corto, simpático y significativo texto: “Las 10 razones para que Latinoamérica se oponga al matrimonio gay”; no deje de consultarlo, amigo lector.


http://www.kienyke.com



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