Sexualidades y reconocimiento de las diversidades desde el
lenguaje
Por Manuel Antonio Velandia Mora PhD,
sociólogo
El uso del lenguaje es fundamental para el
reconocimiento de las diversidades sexuales porque lo que no se nombra no
existe. El uso del lenguaje en masculino es una forma de poder, de ahí la
negación heteropatriarcal al reconocimiento de lo femenino y la apropiación desde
las perspectivas de géneros y diversidades sexuales del símbolo @ y de los
asteriscos (*) y equis (x) en la escritura.
En la construcción de la masculinidad
contemporánea juega un papel clave la represión de todo lo que parezca femenino
en el hombre, pero desde que las masculinidades son el modelo del “deber ser” y
se reniega de lo anal, habría que desentrañar qué hay detrás de ese miedo
«insuperable» a la pérdida del poder representado en la falocracia, la
misoginia, el sexismo y el machismo. Los autores Sáez & Carrascosa afirman que “Es interesante señalar que la masculinidad no es algo privativo de los
hombres, o propio de los hombres. Las mujeres también han contribuido a
construir eso que llamamos masculinidad, como ha demostrado Judith Halberstam
en su magnífico ensayo Masculinidad femenina.
La cultura asigna en forma diferenciada a
hombres y mujeres responsabilidades sociales, pautas de comportamiento,
valores, gustos, temores, actividades, expectativas, etc. y de esta se derivan
necesidades y requerimientos diferentes de hombres y mujeres para su desarrollo
y realización.
Ser hombre o ser mujer se refiere al sexo y no
al comportamiento. El género es el conjunto de prescripciones y normas de
comportamiento que dictan la sociedad, la cultura, la clase social, el grupo
étnico y hasta el nivel generacional de las personas. Género corresponde a la
división sexual del trabajo aún más primitiva: las mujeres paren hijos, y por
tanto, los cuidan, de ahí que se considere que lo femenino es lo maternal, lo
doméstico, contrapuesto con lo masculino como lo público.
La dicotomía masculino-femenina con sus
variantes culturales, establece estereotipos, la más de las veces rígidos,
condicionantes de los papeles y limitantes de las potencialidades humanas al
estimular o reprimir los comportamientos en función a su adecuación al género
de las personas. La indumentaria (vestido y accesorios) es el elemento desde el
cual se ratifica el modelo del rol de género.
A partir de lo considerado genéricamente
correcto, los vestidos, zapatos, peinados y aderezos se han establecido como
propios del hombre y de la mujer, y clasificados como masculinos y femeninos. A
partir de los años 60, los accesorios y vestidos han sufrido universalmente una
transformación imponiéndose inicialmente lo llamado unisex y posteriormente lo
andrógino y lo metrosexual, siendo actualmente utilizados tanto por hombres
como por mujeres, estas excepciones son aún más marcadas y apropiadas en
personas consideradas a la vanguardia, como los artistas.
Cada persona hace una identificación de su
género, se puede transitar en este, es posible no tener que definirse y
pensarse agénero; también se puede transitar en el cuerpo, estableciendo la
aceptación o negación del mismo (o de una parte de este), a partir de la concepción
que tenga de su corporeidad y del querer «ser» y «hacer» construye una
identidad particular de cuerpo, que también está relacionada con la concepción
animal del macho y de la hembra, del hombre y la mujer, pero también puede
proveérsele un género al cuerpo sin necesariamente tener que identificarse con
el cuerpo del macho o de la hembra.
Buscando traspasar la frontera de los derechos
sexuales de las mujeres heterosexuales para ampliar el discurso al de los
derechos sexuales y los derechos reproductivos de todas las personas. Me
pregunté ¿Por qué ciertos seres humanos no existen en el lenguaje? Entonces
decidí escribir usando la letra “a” o la “o” entre paréntesis para incluir a
ambos (as), y lo hacía de forma intercalada, algunas veces hablada de ellos(as)
y enseguida, por ejemplo de nosotras (os).
No era sólo mía la pregunta ni la búsqueda de
respuestas; en la escritura, hacia 1987 inicié la utilización del símbolo
arroba (@) como recurso gráfico para integrar en una sola palabra las formas
masculina y femenina del sustantivo, ya que este signo parece incluir en su
trazo las vocales “a” y “o”, por ejemplo: l@s niñ@s.
En el interés de escribir dando respuesta a la
equidad de género en la que se reconoce la importancia de lo femenino en la
socialización de la cultura y contrarrestar la hegemonía de lo masculino en la
construcción teórica que se expresa en la visión masculinizante y machista de
las explicaciones del mundo en 1998 publiqué el libro “Y si el cuerpo grita…
dejémonos de maricadas”, en él utilice el símbolo "@" para aquellas
palabras que deben entenderse tanto desde lo femenino como desde lo masculino
como por ejemplo, el término "ell@s", y el símbolo "æ" para las palabras en las que el
masculino se construye con la vocal "e" y el femenino con la
"a" como por ejemplo "esæ".
En 2001, centrado en la idea de que el
lenguaje genera mundos pensé que una manera de darle existencia a quienes
transitan en el género o en el cuerpo, pero que no desean asumirse en un género
(ahora le llamamos agéneros) era nominarlos de alguna manera, entonces hablé de
“les” seres.
Posteriormente pensé en el uso del asterisco (*),
otr*s han optado por la “X”, para evitar usar el genérico masculino e incluir
lo femenino en el discurso escrito, dado que usar la @ tampoco es conveniente, a
pesar de su uso extendido, ya que implicaba el reconocimiento de una derogada
dualidad genérica y además porque es difícil leerlas por programas utilizados
por personas ciegas o ambliopes.
El lenguaje es tan rico como la diversidad,
podemos referirnos al otro, otra, otre, a tod*s, aceptando que no hay una respuesta
única e inamovible sino múltiples posibilidades lingüísticas para la escritura
y la oralidad. Por supuesto, a la Academia de la lengua española este reconocimiento
de las múltiples identidad, no identidades y post identidades no le interesa
porque no piensa en el valor que poseen los cambios culturales y políticos,
sino que se plantea en una posición sexista y excluyente en la que nunca les
otres ni l*s otrxs son posibles en el lenguaje.
Por Manuel Antonio Velandia Mora PhD, sociólogo
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