POR: EUDES TONCEL ROSADO, ESPECIAL PARA EL HERALDO -
"La gente saca del saco de sus limitadas ideas expresiones de odio que uno termina por naturalizar y así, ser un homosexual en Colombia es una pesadilla".
A mis 12 años, en el Instituto Cristo Rey de Fonseca, Maritza Soto la coordinadora de disciplina y Marina Murillo la psicorientadora, me llamaron a una de sus oficinas para enseñarme a caminar como un hombre, pues mi contoneo por el tierrero que era por esos tiempos mi colegio, las perturbaba.
Con el tiempo, aprendí a solaparme entre mis compañeros y la cuestión de mi orientación sexual ha sido un tema que ha ido manejándose a mi modo. “Mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso”, escribía un estudiante del Colegio Gimnasio Castillo Campestre de Bogotá, que se suicidó tras ser víctima de homofobia, unos meses antes de graduarse de bachillerato, a los 16 años, el 4 de agosto de 2014. Se llamaba Sergio David Urrego Reyes.
Un año después, la Corte Constitucional le ordena a ese colegio reparar de manera integral los derechos del menor: instalando una placa en sus instalaciones y realizando un acto público para exaltar la memoria del joven, con el fin de honrarlo y recordar que los espacios educativos deben promover una deliberación en la diferencia, el respeto y la pluralidad.
La Procuraduría emitió un concepto para esta tutela en el caso de Sergio Urrego considerando que los Manuales de Convivencia, estaban en su derecho de limitar las demostraciones de afecto, ya que tanto en el colegio como en la calle, los hombres de esta sociedad debemos mantener el pudor. ¿Pero cómo vamos entonces a expresarnos el amor?
La homosexualidad interpretada desde este machismo desgarrado pone en circulación ideas que edifican a la masculinidad como un valor en sí y que pone a los varones en los espacios de poder que le corona el patriarcado. La construcción de la masculinidad, por oposición, busca a un varón a quien calificar de homosexual y crea escenarios de socialización en los que es conveniente comportar ciertos estereotipos.
Lo perverso de este mecanismo, es que incesantemente ejerce su violencia bajo el silencio cómplice de una sociedad que la legitima con una indolencia que da miedo. La gente saca del saco de sus limitadas ideas expresiones de odio que uno termina por naturalizar y así, ser un homosexual en Colombia es una pesadilla.
Lo digo por esa desazón permanente en el hogar: ese lugar donde se manejan todos los conceptos, donde el amor prevalece; y la calle: ese otro lugar donde el hombre debe aprender a ser hombre, lejos de la madre y el padre; donde uno aprende a equilibrar sus debilidades y fortalezas, donde la esencia de la persona tal vez sobresale por encima de sus gustos y afinidades, donde se ejerce la sexualidad.
Con el tiempo, uno aprende a caminar con sus propios afanes y a abandonar los paradigmas de esta sociedad, para manejar sus propios conceptos.
“Si quieres cambio verdadero, pues camina distinto”, dice una canción de Calle 13. Pero se requiere de una tenacidad inmensa para superar el estigma, salir a la calle, trascender la casa y vivir en paz con el mundo, sin matarse. Sergio se mató, no aguantó.
*Antropólogo
0 comentarios :
Publicar un comentario