Tenía un vestido rojo ceñido al cuerpo con la espalda descubierta. Sus pechos aún eran un par de insípidas tetillas que abultó con cojines. Estaba contenta. No contento. Ese día, por primera vez, se sintió mujer. Se encontraba en un bar de Chapinero. Desfilaba junto a una docena de candidatas que se disputaban la corona de Miss Simpatía, reinado de transformistas que se celebra todos los años. Arrastrando la cola del vestido bajó la escalera del interior del bar. Tenía el rostro cubierto por una capa de maquillaje que ocultaba sus rasgos masculinos y los ojos enmarcados con pestañas postizas. Sonreía al público, al jurado, a las paredes. Sus dientes, parejos y blancos, se mostraban sinceros: afloraba la dama que mantuvo presa durante 29 años. La siguiente mañana la gran velada se desvaneció como el baile de La Cenicienta.
Al abrir los ojos, advirtió que la noche era un recuerdo que no podría contar. El sol la ponía de frente con la realidad y ahora tenía que ponerse el disfraz que siempre había usado: el traje de hombre. Volvió a ser él. En ese momento trabajaba en la Contraloría General de la República.
De pequeña, Tatiana soñaba con ser mujer y ansiaba los regalos que su padre le daba a sus primas.
De niño, su padre viajaba constantemente a Venezuela. La bonanza petrolera se traducía en dinero, y ese dinero en regalos. El padre les traía a él y a sus dos hermanos varones, carros, balones y muñecos de acción. Pero él envidiaba los peluches, las hebillas y los accesorios de sus primas.
El pelo, de color cobrizo le cubre los hombros. Mide 1,76 mts sin tacones. Cuando se los pone, su figura sobresale en medio de los demás funcionarios de la Secretaria de Integración Social. Al caminar, los brazaletes tintinean y el eco de sus pasos anticipa su llegada. Tiene una voz gruesa pero no masculina. Una cintura pequeña, senos medianos, piernas largas y cadera estrecha que delata su origen.
–¿Cuál era tu nombre antes de ser Tatiana?
Sonríe. Mira el techo, mira unos papeles esparcidos en el escritorio. Vuelve a sonreír.
–Para qué quieres saberlo. Mi cédula dice que me llamo Tatiana Piñeros Laverde.
–Y el sexo como aparece en el documento
–Masculino.
Nació hombre el 30 de septiembre de 1977 en Bogotá. Recuerda que lloró el primer día de jardín infantil cuando se despidió de su madre. Se sentía abandonado en medio de esos rostros, sonrientes pero desconocidos. Con los ojos cubiertos de lágrimas y un berrinche cuya cura se había despedido con un beso en la mejilla, vio entre la cantidad de infantes a su prima, un año mayor. Se tranquilizó. Fue su primera amiga. Desde ese momento prefirió la compañía femenina.
En la época en que los niños juegan futbol, él no quería correr detrás de una pelota y menos recibir patadas. Tampoco deseaba tener piernas y brazos musculosos. Le gustaba ser flaco y enclenque. Para disimular su aversión al deporte, se refugiaba en los libros. Cuando se cansaba de estudiar se entretenía mirando a las niñas sentadas en el prado con sus faldas extendidas y las largas cabelleras meciéndose por el viento. Envidiaba sus uniformes y su feminidad. No las deseaba a ellas. Quería ser como ellas.
–¿Y cuándo va a presentar una novia? –le reclamaba el padre.
–Aún no estoy para eso. Es una perdedera de tiempo. Primero está el estudio –respondía el joven con una retahíla de argumentos que hacían pensar al padre que tenía el hijo más juicioso del mundo. En realidad era de los mejores del colegio.
El mayor logro que ha tenido desde el día que decidió ser transexual, es el respeto de una sociedad supuestamente conservadora.
En la adolescencia se enamoró de dos jóvenes que nunca se enteraron. No recuerda los nombres. Nunca les confesó el cariño. Tampoco les escribió cartas. Solo los miraba como una enamorada a través de esos ojos de niño. Como hombre se graduó del colegio, ingresó a la Universidad Central a estudiar contaduría y se especializó en Gerencia de Recursos Humanos en la EAN.
Las mujeres no lo hicieron estremecer. Las envidiaba. No tuvo novias ni por curiosidad o apariencia. Se conservó virgen. Esa noche del reinado en noviembre de 2006 fue la primera vez que usó maquillaje, tacones, vestido. Decidió convertirse para siempre en una mujer.
En enero empezó a tomar hormonas para disminuir los niveles de testosterona e incrementar los estrógenos. Con los meses la tabla que tenía como pecho se fue abultando. Estaba feliz, pero ante los demás ocultaba el cambio. El 14 de julio de 2007 invitó a la madre y a su hermano menor a un restaurante campestre. Después de la comida y, aprovechando el sol, les pidió caminar por el césped. Estaba vestido de hombre. Allí tomo aire y mirándolos a los ojos les dijo:
–Tengo que contarles algo. No es una cosa que haya pasado ayer ni hace un año. Siempre ha estado en mí –Los dos estaban callados– Ya me puse en manos de especialistas y sé que no hay ningún problema –La madre pensó que su hijo tenía VIH.
–Soy transexual, es la única manera de ser feliz– La progenitora se tranquilizó. No importaba que significara transexual, pero tenía claro que no era una enfermedad.
Una semana después Tatiana se operó la nariz. Dos años después, en 2009, aumentó el tamaño de sus senos con unos implantes. Frente al espejo veía la mujer que había añorado ser en la adolescencia. El día que recibió la cédula ya era legalmente Tatiana Piñeros Laverde. Cada vez que asumía un cargo firmaba con su nuevo nombre.
Recuerda un día que con pelo largo, labios maquillados y vestida de tacón presentó una entrevista de trabajo. Cumplía los requisitos profesionales para el cargo. Presentó la prueba sicotécnica y todo salió en orden. En la última entrevista, antes de estampar la firma en el contrato, la funcionaria que la atendía revisó los papeles. Cuando estaba mirando la cédula se detuvo en el sexo.
“Me preguntó porque la Registraduría se había equivocado colocando el sexo masculino. Le dije que no era un error y le comenté sobre mi condición de transexual. Después de la confesión, la señora cambió de posición, devolvió los papeles a la carpeta y dijo que llamaba en próximos días. Nunca más llamó. Desde ese día me convertí en activista para defender los derechos del sector LGBTIA. En 2012 se posesionó como Directora de Gestión Corporativa de la Secretaría de Integración Social.
Está en la oficina. Detrás del escritorio. Es de las pocas oficinas que tiene terraza. Abajo se escucha el sonido de los buses que cruzan por la carrera séptima. Mientras Tatiana Piñeros habla firma documentos, atiende a sus asistentes, coordina reuniones. Solo cuando recuerda el reinado en 2006 parece olvidar el papeleo. Sus labios se extienden en una sonrisa. Esa noche se ciño la corona de Miss Simpatía. “No es que extrañe el certamen, es que toda mujer se quiere sentir admirada” Pero el mayor logro que ha tenido desde el día que decidió ser transexual, es el respeto de una sociedad supuestamente conservadora. Si está donde está no es por ser hombre, mujer, lesbiana, gay, travesti o transexual, es por sus méritos profesionales. Ganó otro reinado.
por DIANA MARÍA PACHÓN
TOMADO DE KIENYKE
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