martes, 28 de mayo de 2013

QUEREMOS GRANDES AMORES, A PARTIR DE APUESTAS MEDIOCRES


Por Vladimir Charry*
Cuando nos preguntan qué queremos en términos de pareja, es común que aparezcan respuestas como:  “un hombre que me consienta, que me quiera”, o  “una mujer que decida estar conmigo y esté dispuesta a compartir”,  “un fulano al que no toque estar espantándole las moscas que alborota con su coquetería descarada”, o  “alguien en quien pueda confiar cuando me ausento porque sé que no va a salir a buscar por ahí aventurillas de verano”.

En fin, todo eso se resume en una persona que esté dispuesto o dispuesta a PONERSE en una relación, y PONERSE supone ESTAR en totalidad, entregarse, estar abierto a compartir en medio de un acto voluntario. Significa decir “sí”, me arriesgo, me lanzo a la aventura de construir un vínculo, y en medio de este camino tomo mi equipaje para iniciar un viaje contigo, y mi atención está aquí, mis fichas las apuesto a tu número, convencido de que me la juego, y que si “gano” y el amor florece, es porque estuve con todo y confié, y si la historia dura poco o termina, también me retiro de la partida con la seguridad de haber dado el paso de lanzarme al agua, y meterme confiado porque sé que tú también estabas ahí.

Pero no señores y señoras, a decir verdad, detrás de ese discurso de amor esperado se esconde otra realidad: las apuestas mediocresa medias, a cuenta gotas, de a poquitos, apuestas tacañas que aspiran a terminar convertidas en grandes historias de amor pero que tienen “poca mecha”.

Apuestas cargadas de cartas guardadas bajo la mesa, los ases escondidos por si acaso se presenta otra oportunidad “mejor”, distinta, más atractiva. Apuestas sin foco, porque sus protagonistas miran de un lado para otro como ventiladores en tierra caliente. Apuestas raquíticas, desnutridas que sólo están llenas de pirotecnia pero que por dentro están soportadas con periódico viejo, de ese que se quema en un dos por tres.

Y aún así, vamos por la vida lamentándonos porque las cosas no nos funcionan, porque pasamos de flor en flor como abeja hambrienta que no encuentra donde aterrizar.

Y es que eso es lo que más nos cuesta, aterrizar, quedarnos, decirle sí a un territorio, porque nos encanta pastar en todos los pastos. La gula nos traiciona y queremos comernos todo a bocanadas como cuando un niño tiene en su mano un helado de fresa que apenas alcanza a probar, y si de repente ve que alguien pasa con uno de vainilla, ya quiere dejar el suyo para correr tras otro sabor nuevo; estamos aquí, con ese deseo infantil de tenerlo todo, de poseerlo todo, pero con una gran diferencia, y es que por lo menos el niño saborea placenteramente ese pequeño mordisco de su helado de fresa, nosotros pasamos de largo lamiendo aquí y allí, sin alcanzar a adivinar a qué sabe el Otro o la Otra.


¿Y eso cómo se traduce en la práctica?

Fácil: “arrocitos en bajo”búsqueda paralela de nuevas parejas mientras se le apuesta a una relación naciente; personajes que inician relaciones y que, aun así, siguen dando esperanzas a sus ex parejas para no soltarlos del todo por si acaso lo nuevo no les funciona; negativa absoluta a ponerle nombre a las relaciones, para dejarlas convertidas en “vínculos tipo gelatina” que no se sabe que son, y que se derriten tan pronto salen del espacio de lo íntimo para exponerse socialmente; “payasos” que acarician detrás de las puertas y sueltan la mano cuando salen a la calle; y cientos de otros performances fundamentados en un argumento egoísta y utilitarista que dice: “es que de pronto conozco a alguien mejor”.

Y es que pasamos de una polaridad a otra. Antaño se daban esos matrimonios donde la jovencita apenas se convertía en mujer, la casaban y la acostaban con un hombre que habían escogido para ella, sin darle siquiera la oportunidad de conocer la diversidad de la geografía masculina; no, ella no tenía ese derecho, conocía uno, y él la embarazaba sucesivamente hasta convertirla en señora, sin la presencia del placer, en algunas oportunidades. Costumbre, amor, dependencia, ¿qué surgía allí?, sólo creo que la dosis de libertad para elegir no era mucha.

Mientras tanto, hoy la historia es distinta. No tenemos sólo la posibilidad de conocer una o cinco personas, ahora tenemos a la mano tantas geografías por recorrer sin necesidad de visa, que vamos como uno de esos turistas que andan haciendo toures que promocionan la posibilidad de conocer Europa, Asia y África en quince días, que se paran al frente de los monumentos, se toman fotos desesperadamente, y al final del viaje no se acuerdan donde estuvieron.





Así es, hoy vivimos en ese recorrido frenético por personas,  turistiando de una a otra, cangrejiando a relaciones pasadas, encamándonos con personajes con las que coqueteamos hace años y nos sirven de trinchera para “pensar mejor las cosas” cuando aparecen las preguntas en medio del proceso de desarrollo de los nuevos vínculos de pareja.

También tenemos múltiples citas en un día, gracias a los avances de la tecnología y las redes sociales. Así que nos ponen en bandeja de plata cientos de posibilidades, que derivan en el apego a ese coqueteo cibernético y a la adulación que surge en los sitios de levante de internet, confundiéndonos con dos mensajes contradictorios: “te ofrecemos todas estas opciones de perfiles para que te emparejes, pero no olvides que cada vez son más los abonados que encontrarás a sólo un clic de distancia”. 

Y caemos redonditos en la maña de ver cuerpos y propuestas en las aplicaciones del celular, uno de los tantos estimulantes que alimentan el deseo de seguir buscando, y que a su vez nos alejan 
de la posibilidad de echar tierra y sembrar junto a alguien.

“Arroces en bajo”, los ex que no se sueltan sólo “por si acaso”, la gula, esos son algunos ingredientes de las apuestas mediocres que se pueden observar desde una actitud más consciente. Porque no se le puedo echar la culpa a las redes sociales, a la belleza masculina y femenina, o a un carácter goloso que sólo quiere consumir y consumir a bocanadas. Parar y hacer otro tipo de apuestas es una decisión que surge a partir del darse cuenta, del percatarse, del detenerse por un momento en la línea del ciclo de esa experiencia repetitiva de lamer aquí y allá, y decir “me detengo”, respiro, y me pregunto: ¿en qué estoy, cómo estoy, qué estoy repitiendo, hacia dónde estoy yendo, cuál es mi verdadera necesidad aquí ahora?, y desde ese deseo auténtico, optar conscientemente por lo que se quiere, y no repetir de manera neurótica un libreto que nos sabemos de memoria, y que nos lleva siempre al mismo punto.

La decisión es de cada quien, lo único que es universal y que puede ser una búsqueda y un estado para todos los que opten por ella, es la CONSCIENCIA. Así que decida, ¿cuál es su apuesta?

Hasta la próxima.

*Vladimir Charry - Consultor Gestalt @VladimirCharry
Formación en Gestalt Integrativa en la Escuela de Gestalt Claudio Naranjo Transformación Humana. Especialista en Gestión Humana de la U. del Rosario. Comunicador Social de la U. Javeriana. Contacto para consultorías individuales y comentarios: vladimircharry@hotmail.com


5 comentarios :

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

Y es que al final nunca estamos conformes porque no sabemos lo que queremos...

Completamente cierto, no todos se conforman con una sola persona.

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