Por Vladimir Charry*
Hablábamos a menudo, en las mañanas, en las tardes, en las noches, muy seguido, incluso me había permitido el ingreso al amplio mundo tecnológico y todas sus herramientas para mantenernos en contacto: mensajes, chats, Viber, Skype, todo estaba dispuesto para que él y yo estuviéramos “más cerca”.
Un mes y medio de idilio, de estar juntos y compartir, de descubrir una manera diferente de vivir la vida, la que me mostró a chorros, y que yo observaba maravillado a veces.
Y de pronto, la historia se detuvo como cuando un carro frena en seco. Él desapareció del mapa, dejó de llamar de un día para otro; las llamadas no fueron el canal, Viber y su carácter gratuito tampoco fue una opción, y el tan usado y odiado Whastsapp dejó de ser respondido -aunque los dos chulitos que aparecen junto al mensaje cuando el otro lo ha recibido estuvieran “OK”-, era simple: él ya no quería hablar, en un par de horas había cambiado de parecer, ya no estaba, había decidido irse, en silencio, sin decir nada.
Pero no en el silencio mágico del encuentro, ese espacio para sentirse, y para estar con el otro aunque las palabras no tengan lugar, sólo las dos presencias. El de ese día no era un silencio de aquellos, bellos silencios. Su silencio era de los que deciden abandonar el juego sin decir nada, como cuando esperas el otro equipo para jugar una partida, y no aparece, y entonces el árbitro dice que has ganado por W.
Él no apareció, calló. Y ahora que escribo, desde la sinceridad confieso que me provoca utilizar la palabra cobardía para describir lo que me pareció esa jugada final. ¿Por qué la gente no pone la cara para irse?
Pero para seguir con la historia debo regresar a ese día. Íbamos en que él no apareció, dejó de contestar, y entonces me dije: “voy a dejar que aparezca cuando quiera, ¿qué es eso de estar llamando a pedir explicaciones?”. Porque en el fondo suponía que hasta allí nos había traído el río, como se dice coloquialmente. Entonces me ocupé, hice cosas ese lunes por la noche, suponiendo que él se había ocupado también. Llegó el martes y no había señales de su parte, el medio día, las 4 de la tarde, y finalmente responde con una frialdad que hasta entonces era desconocida. Me dije: “¿será que sigue ocupado?, mmmm, nahhh, este man se está yendo”; alcé los hombros, y pensé que lo mejor era permitírselo así, y ya.
Pero en la noche pensé que lo mejor era preguntarle de frente lo que tenía, y lo hice, antes de irme a dormir, porque no quería llevarme esa duda a la cama. Le hablé, y lo único que atinó a decir fue una de esas frases típicas que hablan de la confusión. La hipótesis se fortalecía, él se despedía del juego. Y para decir adiós lo llamé inmediatamente, y me contestó como si no me conociera, como si lo estuviese llamando para ofrecerle un crédito de banco a las 11 de la noche de un domingo, como si no hubiera compartido nada conmigo, como un témpano de hielo.
Un par de frases de novela de parte de él –en el tono más distante posible-, un par de frases conciliadoras de parte mía, y después de que le dije que nos despidiéramos en paz, colgué y me quedé con el sabor de lo que ya llamé cobardía para poner la cara y decir: “me voy”.
Y esa cobardía tiene una razón: aceptar que volvía con su ex. Estoy seguro que le costaba carearme para decirme que los argumentos que me había dado no eran ciertos: ese tema no estaba resuelto. Su ex, el que lo había estado llamando mientras dormíamos en las madrugadas, con el que mantenía contacto constante a través de las redes sociales asegurando que esa era su manera de manejar sus relaciones anteriores sin crear enemistades, el que iba a saludarlo a veces por ahí, y el que lo invitaba a comer para dejar las cosas claras un mes y medio luego de terminar, estaba de regreso, y lo había seducido.
¡Y ese no es el tema, la gente está con quien quiere estar!
El tema es que las personas llegan a apostarle a algo nuevo con cargas del pasado, y sí, todos tenemos ex parejas, pero también es posible darle un espacio a observarse y sentirse para poder decir: “estoy listo”, o no, “mejor me tomo un tiempo”.
Ahora bien, a veces puede ser difícil hacerlo y es muy probable que esa “medida” no sea tan exacta, y que aun creyéndolo superado la gente quiera volver. Pero lo que sí es posible es hablar con sinceridad, y no establecer un contacto íntimo para luego abandonar la apuesta a las patadas.
¿Cuál intimidad si se abandona la partida como tirando las cartas sobre la mesa, escurriéndose de la silla y perdiéndose entre una multitud tratando de no ser visto?
Esta escritura terapéutica me lleva a un lugar: permitir el reclamo, las preguntas, la expresión, ir más allá del juicio y llegar a un punto de aceptación y de ir en la misma dirección de la vida, no nadar contra la corriente, ¡así son las relaciones, comienzan y se acaban! Los ex existen, la cangrejiada también, pero señores y señoras, tengan huevos y ovarios bien puestos para poner la cara y decir “hasta luego, lo que pasa es esto y aquello, y que eso es lo que hay”.
No se trata de exigir explicaciones, es que las cosas dichas se entienden mejor. Pero la gente escudada en “no te quiero hacer daño”, subestimando tu capacidad para entenderlo, lo que logra es generar confusión, preguntas, y posturas incómodas para quien quiere saber a qué juego está jugando, o si finalmente “the game is over”, ignorando que con claridad las despedidas tienen un mejor sabor.
Y eso sí, a nadie le quitan lo vivido, y aún si el otro no se quiere despedir, el camino es dejar ir, agradecer, y agradecerle a la vida lo que se vio de nuevo, o lo que se reconoció de uno mismo y del otro en esa partida, eso que no se había visto y que se re descubre en pareja, en ese encuentro de dos universos distintos.
Pero eso sí, el “cuento chino” de empalague con el ex es una cosa muy complicada de aceptar, aún desde la postura más civilizada: ex que llama constantemente, que escribe por whatsappuna y otra vez, que cae a saludar, y que decide invitar a comer para hablar las cosas más de un mes después de la supuesta ruptura, para mí, aquí y ahora, es una señal de tema irresuelto. Y además de eso, si con quien estás saliendo da espacio y vía libre para que todo eso suceda, es porque la cosa no está tan clara como te lo argumentan desde la supuesta postura posmoderna de relaciones frescas, donde los implicados no se ponen límites, para estar a medias desde esa consigna raquítica que dice: “quiero estar contigo sin soltar del todo lo anterior”.
Ahora, la vida sigue, el río sigue corriendo, y a otras orillas nos llevará. Hay que escuchar su sonido, y ponerle atención a lo que nos dice, decidir hacia donde remar en armonía con ella, porque llegamos exactamente donde necesitamos llegar, ella es sabia, y conoce realmente que es lo hay aún por aprender.
*Vladimir Charry - Consultor Gestalt
Formación en Gestalt Integrativa en la Escuela de Gestalt Claudio Naranjo Transformación Humana. Especialista en Gestión Humana de la U. del Rosario. Comunicador Social de la U. Javeriana. Contacto para consultorías individuales y comentarios: vladimircharry@hotmail.com
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