miércoles, 19 de diciembre de 2012

Matrimonio gay


El matrimonio gay es un asunto que finalmente está tomando fuerza en la arena política en Colombia, así como en Estados Unidos.

Las intolerancias y las vulgaridades que han caracterizado las posiciones de quienes se oponen a la igualdad de los derechos para parejas homosexuales ratifican que el tema del matrimonio gay es hoy la próxima gran frontera en la conquista de los derechos civiles.

En los Estados Unidos, la Corte Suprema, hace algunos días, decidió escuchar dos casos: uno sobre la proposición 8, que proscribe el matrimonio gay en California, y el otro sobre el Acto de Defensa del Matrimonio, tristemente convertido en ley por el presidente Bill Clinton en 1996 y que niega derechos federales a las parejas homosexuales. Para ser precisos, en el llamado país de las libertades, son 1.138 los derechos federales que se les niegan a las parejas homosexuales y que en cambio sí son otorgados a las parejas heterosexuales.

Les pongo un ejemplo: si un ciudadano estadunidense contrae matrimonio con su pareja extranjera en el estado de Nueva York, éste último no tiene derecho a una visa de residente, lo cual sí ocurre en el caso de un matrimonio heterosexual. Siendo así las cosas, quedarse legalmente en los Estados Unidos crea desafíos enormes, a veces insuperables, con un impacto negativo y doloroso sobre el proyecto de vida de dos personas que se aman.

¿Acaso queremos que los estados sigan discriminando individuos basados en su identidad sexual, considerándolos así menos que ciudadanos? No logro entender cómo se pueda considerar esto como algo justo, ni qué derecho tiene un estado de intervenir en el amor entre dos personas, e impedirlo.

Porque de amor (del derecho de amar y ser amado) se trata, y es un amor que nada, querido senador Gerlein, tiene de excremental. Ni se trata, como la doctrina católica reitera, de un amor desordenado o contra la naturaleza. O, peor aun: una plaga, como han declarado algunos jerarcas católicos. En México un obispo llegó a definir la homosexualidad como un peligro aun más pernicioso que las muertes inflictas por los carteles del narcotráfico.

Nuestros tiempos, caracterizados por una sociedad que cada vez crece más en su pluralidad e interdependencia, requiere que —comenzando por los líderes— reorientemos nuestros corazones y nuestras inteligencias. Hay que salir de nuestras visiones angostas, de nuestros intereses particulares y de nuestra ignorancia (como reducir la homosexualidad a la esfera genital).La ignorancia es hoy en día un lujo que no nos podemos permitir.

Superar la condición de ignorancia significa tener la capacidad de compartir y de tener compasión, que no hay que confundir con la conmiseración (que en sí misma tiene una concepción de superioridad moral y ética de uno mismo frente a los demás). La compasión nace desde un acto de estima hacia el otro, el diverso. Tener y manifestar esta estima es el acto de civilidad que necesitan hoy nuestras sociedades.

En Colombia el matrimonio homosexual fue aprobado en primer debate. Es una oportunidad para crecer en tolerancia y civilidad. Y también por este ejercicio pasa, en este país, la construcción de paz.


Por: Aldo Cívico
Tomado de www.Elespectador.com  

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