La discusión en torno al archivado referendo sobre la adopción por parte de parejas del mismo sexo y personas solteras dejó en evidencia una Colombia fragmentada, llena de radicalismos y donde deben retomarse debates esenciales y básicos, como por qué la Constitución debe ser el punto de referencia para todos los parlamentarios y cómo una religión no puede primar sobre las demás. Este fue apenas el abrebocas de lo que se anuncia como una campaña política sucia y agresiva.
El hundimiento de la propuesta de Viviane Morales es un extraño triunfo de la sensatez en el Congreso. Que haya sido una coalición improbable de liberales y conservadores la que le dio sepultura, después de su aprobación sin problemas en el Senado, es un testimonio de cómo este tema apela a las convicciones y experiencias personales. El actuar conjunto de las organizaciones en defensa de las personas LGBTI y de las madres solteras, además, hizo bien el trabajo de evidenciar las ridículas e inconstitucionales motivaciones detrás del proyecto de referendo. También es fundamental aplaudir el rol contundente del Gobierno, que se echó encima la tarea de evitar el despropósito. En la audiencia hicieron presencia el ministro de Salud, Alejandro Gaviria; la viceministra de Hacienda, Ximena Cadena, y el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo, no sólo proponiendo argumentos para el archivo de la iniciativa, sino también mostrándoles a los parlamentarios dónde querían que se ubicara la Unidad Nacional.
Sin embargo, no pueden obviarse varios de los comentarios que se escucharon en el Congreso. Muchos de los parlamentarios conservadores hicieron énfasis en que se oponían al referendo por discriminar a las madres solteras, mas no vieron problema en cuestionar la idoneidad de las parejas del mismo sexo para tener familias. Si el referendo hubiese sido aún más descarado en su talante homofóbico, ¿seguiría todavía con vida? Después de los múltiples estudios científicos y testimonios de colombianos y extranjeros, ¿por qué siguen los congresistas insistiendo en que la orientación sexual es un determinante al momento de adoptar; de existir?
Lo angustiante no termina ahí. “La Biblia es primero que la Constitución”, dijo sin sonrojarse el representante a la Cámara Silvio Carrasquilla, elegido por el Partido Liberal. En la misma línea, muchos congresistas apelaron a su religión como el motivo determinante para su voto. De lo que no parecen estar conscientes es de las implicaciones que eso conlleva: decir que los preceptos de una religión particular deben primar sobre lo dispuesto en el pacto social (que nos incluye a todos los colombianos, sin distinguir religión), que es la Constitución, significa que nos convertiríamos en un Estado confesional. Eso es señal de que la necesaria separación del Estado y la Iglesia, principio fundante de los estados liberales modernos, es un debate abierto que habría que retomar. Como Carrasquilla y compañía, hay muchos colombianos que no se percatan de los peligros de permitir que una ideología prime sobre las demás. El Estado laico no es un capricho, no permite una “dictadura de las minorías”, como sugirió el también representante liberal Miguel Ángel Pinto, sino que es una salvaguarda contra la opresión, el odio y la persecución de la diferencia.
También asomó su rostro la temible posverdad. Carlos Alonso Lucio, promotor del referendo, cuando se sintió perdido dijo que no permitiría la “venezolización” de Colombia. Ese es el mismo discurso que prefiere incendiar el país antes que reconocerse derrotado en las instituciones legítimas de la democracia. ¿A cuenta de qué el país debe recibir clases de ética de una persona con un pasado tan grotesco como el de Lucio?
Ya se alistan las fuerzas derrotadas para utilizar las mismas tácticas de polarización, odios y verdades a medias, a medida que nos acerquemos a las elecciones de 2018. Este pequeño triunfo de la sensatez necesita de una coalición de personas de todas las ideologías que se paren frente a los gritos irracionales y populistas y digan que en Colombia queremos, y merecemos, una política que construya, no una que explote nuestras divisiones. De lo contrario, vendrán tiempos nefastos.
Editorial
11 May 2017
El Espectador
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