GAY: GOOD AS YOU
(O de por qué todos somos iguales por dentro).
Bloguero invitado: Fatalicious -
Hola. Soy el colombiano promedio. Compro en D1, trato de no usar bolsas plásticas, pago impuestos y me restriegan todo en el transmijet. Viajo endeudado con mi tarjeta de crédito de supermercado a algún lado una vez al año y me queda luego un año para pagar la deuda que dura 11 cuotas más que el bronceado. Comienzo siete dietas al año que se rompen ante la primera chocolatina que se me cruza por el camino. Almuerzo con mis papás los fines de semana, salgo con mis amigos a rumbear (aunque cada vez menos porque la treintañez le va dando paso a la cuarentañez). Me han roto el corazón algunas veces, y este ha vuelto a sanar para que venga alguien otra vez y lo rompa de un patadón.
Soy tan igual como cada uno del promedio de los colombianos por no decir, de los terrícolas. Creo en la paz mundial, pongo la banderita de turno en mi muro de Facebook cada vez que hay una injusticia en algún lugar; me indigno cuando maltratan a cualquier animalito como si fuera mi propio hijo y estoy mamado de que los taxistas quieran siempre cobrarme de más solo porque sí. Veo los partidos de Colombia (los importantes) y grito! gol! o le echo la madre al árbitro si falló a favor del equipo archienemigo de turno.
En Navidad voy a las novenas que me invitan. Llevo una bonita torta y canto villancicos amenizados con dos tapas de olla o una maraca llena de granitos de arroz. En elecciones salgo a votar y en el intermedio maldigo las malas acciones de los políticos a través del arma nuclear más poderosa del universo: Facebook.
¿Si ven? Igualito y normalito como todos los demás. Como ustedes, como mi mamá, como mis compañeros de universidad, como el señor que cuida mi edificio.
Solo se me olvidaba un pequeño detalle. Soy gay. ¡Ah changos! Y ahí es cuando se despeluca la humanidad. Porque a la mayoría de los colombianos no les gustaría tener a un gay viviendo en la puerta de al lado. Porque somos los enfermos (seguro las mayorías creen que si nos cortan las venas nos sale sangre arcoíris o se abrirá un portal hacia el averno); porque creen que armamos bacanales interminables donde hasta el mismísimo Lucifer se sonrojaría (no, no es así; no somos tan afortunados y divertidos; también llegamos cansados del trabajo, a preparar el almuerzo, nos toca madrugar y rezar para que el bus no pase tan lleno).
Hay quienes nos aman y no entienden la diferencia entre ser gay o no serlo si al fin y al cabo lo que importa son los ideales y los puntos en común. Hay personas que al contarles sobre mi orientación han dicho: -“Ya lo sabía y no me importaba, te quiero y te acepto igual”, También hay quienes al enterarse salen huyendo como si uno fuera una mochila cargada de dinamita a punto de explotar y encima llegan a casa, o al trabajo a decir: – “¿oye, sabías que fulanito es marica?” (Esto incluye tías, vecinas rezanderas, algunos compañeros de colegio, universidad y de trabajo).
No es necesario que un loco chiflado y confundido entre con dos armas a asesinar a 49 personas como en Orlando (EEUU), porque seguro en su casa siempre le enseñaron a burlarse de los gays sin saber que él tenía uno dentro pujando por salir, o casi en simultánea, otras siete personas, gays también, asesinadas en un bar en Chihuahua (México).
Cada comentario, cada burla, cada mirada de hielo es una bala que nos hiere y que nos mata a todos. Balas que en su mayoría vienen de la propia familia, de los compañeros de trabajo o estudio, de los profesores (¿será que Sergio Urrego a los 17 años saltó de la terraza de un centro comercial porque era el diablo o porque unos profesores irresponsables lo conminaron a saltar al vacío?) o de políticos y religiosos que son adalides de la moral y las buenas costumbres que atacan con sus esquirlas cargadas de veneno y falsa aceptación porque “todos somos iguales ante los ojos de Dios”, pero no ante los ojos de los demás.
A lo largo de la vida tenemos que estar escuchando cosas como: -“Yo los acepto. Pero hagan sus cochinadas como cogerse de la mano o besarse donde nadie los vea”. –“Esa muchacha está como desnivelada” O -“Esta será tu casa, pero tenemos que buscarle una cura a tu enfermedad” (como me lo dijo mi papá a los 17 años cuando se enteraron mientras mi mamá lloraba y gritaba al vacío: “En qué fallé?”. Imagínense a esa edad, con todos los líos mentales que uno tiene y encima a sus papás revelándoles que están enfermos de algo terrible y mortal, casi alienígena, o sea, desahuciados de por vida).
Y ni hablemos del pueblo indolente e incendiario que nos asesina, nos acorrala, nos envía a la quinta paila del infierno para que nos pudramos en “sexo excremental” en cada uno de los foros virtuales de revistas y periódicos cada vez que sale alguna noticia referente al tema en los que creen pueden ser jueces solo porque ellos son “mayoría” y nosotros solo merecemos salir por la puerta de atrás, calladitos y en fila.
Ahí es cuando dejo de ser yo y, estadísticamente hablando, me vuelvo minoría. ¿Será que por ser minoría valemos menos? ¿O nuestro proyecto de vida, sentimientos o esperanzas valen menos? Según estimaciones de Naciones Unidas, la población gay es el 10% de la población total del planeta. Eso significa que uno de cada diez colombianos es gay. Lo que nos lleva a sumar cerca de 4,5 millones de gays en Colombia (el equivalente a toda la población urbana de Medellín, Barranquilla, Pereira, Bucaramanga y Cartagena unida) o 600 millones de gays en el mundo. Esto equivale a la mitad de los católicos del planeta (1200 millones según el anuario pontificio de 2015), al 80% de la población europea (742 millones en 2013), o a una y media veces toda la población suramericana (387 millones en 2016 según Naciones Unidas). ¿Se imaginan todo América del Sur gay? Y aún así sobrarían gays para reemplazar las poblaciones de Japón (127 millones), Australia (23 millones), Arabia Saudita (28 millones), todo Ciudad de México (21 millones) y todavía quedan 37 millones de gays para repartir (claro, haciendo cuentas alegres porque los gays somos así, alegrones).
En un país como el nuestro en donde las leyes van más allá del entendimiento, debemos comenzar por aceptar que todos somos iguales, orgánicamente funcionamos igual y dentro de cada uno hay un sistema perfecto creado para amar al prójimo como a nosotros mismos, compartir, desarrollarnos y crecer como humanidad. Tenemos un mundo al cual enseñar que todos somos valiosos por dentro y que de la aceptación de las diferencias es que nuestro sentido humano surge y evoluciona. ¡Ojo! Eso no quiere decir que andemos regando paz y amor como Cariñositos por el mundo. Tenemos nuestros trabajos y nuestros propios procesos evolutivos así que en el 90% de los casos simplemente no estamos pendientes de si nos aceptan o no.
Gay significa alegre. Pero también significa Good As You (tan bueno como tú). Por eso proclamo: Seres humanos del mundo (Gays, no Gays, antiGays y proGays): ¡Uníos! No debe haber mayorías excluyentes ni minorías excluídas. Todos somos buenos en esencia y todos podemos aprender el uno del otro si nos quitamos la máscara del odio y el temor para aceptarnos tal cual somos.
En vez de estar pensando: ¡Fuchi, este es gay!, ¡Fuchi, esta es indígena! ¡Fuchi, este cree en un dios diferente al mío!, pensemos que somos una especie que se está autoextinguiendo por no respetar las diferencias, que está involucionando de una manera ignorante y que ninguno de nosotros tienen la verdad absoluta, pero la suma y aceptación de nuestras verdades es lo que nos permitirá evolucionar a través del tiempo. ¿Quieren ejemplos? Abran cualquier periódico.
Los y las que sean gays me entenderán, y los que no, hagan un esfuercito porque en este mundo ya hay tanto odio repartido, que es hora de comenzar a sembrar amor, respeto y tolerancia. Mientras tanto, yo continuaré mi vida y tal vez algún día nos crucemos de manera anónima en un bus, en una novena o en una fiesta donde cantemos a todo pulmón “I Will Survive de Gloria Gaynor”.
Fatalicious
Fatalicious es un ser fat, fatal and delicious. Con estudios de literatura en la San Marino, se define ultraradical en sus ideas (Hasta que le ofrecen una cucharada de Nutella). Escribe como una manera de exorcizar el mundo y hacer de este un lugar más interesante para vivir.
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