Hace unos años le preguntaron a una muestra representativa de colombianas: “¿ud. aprueba o desaprueba que se reconozcan los derechos a las parejas del mismo sexo?”
Por: Mauricio Rubio - La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) permite así conocer la opinión sobre minorías sexuales en el país. El 40% de las colombianas respaldan la igualdad de derechos. Esa era la situación norteamericana hace una década. Entre las jóvenes prácticamente hay mayoría a favor pero las mujeres maduras están lejos. Por estratos o nivel educativo, en lo alto ya se ganaría un referendo, es abajo donde falta convencer.
Las solteras son más abiertas que quienes han estado casadas o unidas. Hay un abismo entre el centro del país, casi mayoritario a favor, y la Costa Atlántica donde tres de cada cuatro mujeres son reacias, haciendo de esa la zona menos tolerante del país. En su trabajo sobre la familia en Colombia, Virginia Gutiérrez señalaba que allí no existía “una ética católica ni un sentimiento religioso como en las demás regiones”. Si la observación mantiene vigencia, desafía la idea de que la oposición a las minorías sexuales está orquestada por la Iglesia.
Entre la reticencia de una mujer a los derechos LGBT y el número de sus hijos hay una relación estrecha, que se mantiene controlando por otras variables. La aceptación se acerca a la mayoría entre quienes no son madres pero pierde unos cinco puntos con cada hijo. Aquí se puede conjeturar que el discurso contra la familia tradicional y la pretensión de que la madre biológica es irrelevante le deben caer pésimo a quienes han dedicado parte de su vida a la crianza. O también que las proles numerosas reflejan valores machistas: las mujeres con familia grande no son feministas, y prefieren estar en la casa, no por consideraciones religiosas o políticas sino por los hijos. El machismo y la homofobia parecen reforzarse y requerir la transición demográfica. La militancia debería cambiar la rebeldía estridente por una actitud más amigable, tolerante y de acercamiento con quienes viven a la antigua, aunque sea para entender la lógica del rechazo en asuntos tan conservadores como el matrimonio y los hijos.
Según la ENDS, cuatro de cada cinco colombianas desaprueban la adopción igualitaria, opinión que comparte más de la mitad de quienes respaldan los derechos para las parejas del mismo sexo. Estos datos recuerdan que la estrategia intransigente, que desprecia avances parciales, es torpe y que en ese frente hay discusiones pendientes, empezando por reconocer que oponerse a la adopción no necesariamente es un prejuicio religioso.
La Encuesta Colombiana de Valores es menos representativa que la ENDS, pero la complementa. Se les preguntó, a hombres y mujeres, si “justifican” la homosexualidad. El 57% dice que “nunca”. Se confirma que la reticencia a las minorías sexuales es mayor en los estratos bajos, entre personas mayores emparejadas y con familia numerosa. Se vuelven a destacar quienes viven en la Costa. Un índice de machismo construído con esta encuesta la señala como la región más machista del país. Se percibe un efecto de la religión, que está lejos de ser lo único determinante. Incluso entre quienes consideran “nada importante” esa dimensión de su vida, y que nunca asisten a oficios religiosos, el rechazo sigue siendo mayoritario.
En síntesis, estas encuestas muestran que el activismo, centrado en convencer a unos cuantos magistrados, descuidó la política para las reformas legislativas que serán cada vez más necesarias por el desgaste e inestabilidad de la jurisprudencia.
Falta diagnosticar y trabajar a la oposición. Además de convencer congresistas, es indispensable refinar el diagnóstico de la homofobia, ligeramente adjudicada de manera exclusiva al fanatismo religioso. No se sabe algo tan elemental como si el rechazo a la igualdad proviene del poco contacto con homosexuales, que podrían estar concentrados en entornos privilegiados. Habría que entender las peculiaridades de la Costa, o por qué las mujeres con escasa educación y varios hijos con hombres machistas se oponen a los derechos LGBT, en particular a la adopción, y cómo algunas sí superan los prejuicios. El ejemplo irlandés invita a extenderse a las regiones para hacer proselitismo y mejorar el conocimiento. Esa labor es menos grata, pero políticamente más rentable, que llover sobre mojado en seminarios capitalinos con activistas extranjeros, magistrados progresistas, periodistas aliados y un auditorio universitario ya convencido.
Tomado de http://www.elespectador.com/ 8 JUL 2015
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