El homosexualismo es un tema que nos ha llenado de traumas sin necesidad.
Un pastor estadounidense llamado John Smid acaba de salir del clóset. Luego de dedicarse casi 20 años a curar homosexuales terminó casándose con uno. Su pareja se llama Larry McQueen y de él dijo muchas cosas bonitas, entre ellas, que es un espejo en el que se mira todos los días.
Bella historia que deja varias enseñanzas. Primero, que el homosexualismo no es curable porque no es una enfermedad.
La idiotez de los que persiguen a los homosexuales, sí, pero a la fecha no se han inventado una cura para la tontera. Vean que Jesús sanó enfermos, hizo caminar a los cojos, hasta trajo a personas de la muerte, pero no hay registros de que haya vuelto inteligente a un cretino.
El otro día hablaba del tema con un amigo y llegamos a la conclusión de que si toda la humanidad decidiera salir del clóset, descubriríamos que, bajito, el 50 por ciento del mundo es homosexual, comenzando por los que ferozmente persiguen el homosexualismo. De esa gente está llena Colombia. No se trata de dar nombres, que todos hemos leído sus declaraciones en la prensa. Ellos han dicho, por ejemplo, que el sexo entre hombres es excremental, como si el sexo entre heterosexuales tuviera la asepsia de un quirófano y el aroma de la campiña inglesa.
La verdad es que están llenos de miedo y ven en los demás lo que cargan en su espalda; en su baja espalda. Si todos nos dedicáramos a nuestros asuntos y desistiéramos de fiscalizar el culo de los demás, este sería un lugar mejor. Hay quien usa de argumento eso de que Dios creó al hombre y a la mujer. Primero, cada día es menos probable que Dios exista; segundo, es cierto que se necesitan sexos opuestos para procrear, pero en un planeta con siete mil millones de personas y contando, la supervivencia ya no es un problema. Al revés, lo que necesitamos son parejas que no se reproduzcan.
El homosexualismo no se contagia, si eso es lo que temen. Yo crecí rodeado de mujeres y eso me sirvió para acercarme a mi lado femenino. Gracias a mi abuela, mi madre, mi hermana, mis tías y unas cuantas primas tengo sentido de la estética a la hora de combinar colores, me fijo en los zapatos, oigo canciones de amor, siento culpa si como de más, puedo decir si un tipo es bien parecido y no solo me importa lo que la gente me dice, sino la forma en que me lo dice. Lo triste es que, aunque criado entre ellas, nunca voy a ser capaz de entenderlas.
Hubo incluso una época en la que me desentendí de las mujeres, de sus sentimientos y de su sexo, y aconsejado por mi sicóloga decidí buscar hombres a ver qué pasaba. Un par de veces salí de fiesta buscando tipos y la verdad los hallé poco atractivos. Es una prueba que no sobra hacer, a ver qué es lo que de verdad nos gusta. Sin embargo, yo me convencí de que no era homosexual el día que fui a la casa del amigo de un amigo y era divina (valga la expresión).
Siempre había soñado con una casa así, llena de adornos, obras de arte y detalles del gusto más refinado. Después supe que era gay y lo entendí todo. Mi casa no tiene ni un cuadro colgado, a duras penas cuenta con lo necesario: una nevera, una cama, un sofá, el televisor y el Playstation. También tengo un comedor, pero me sobra.
El homosexualismo es un tema que nos ha llenado de traumas sin necesidad. Ahí tenemos a Nerú, que exclamó que se había vuelto heterosexual como si estuviera haciendo lo correcto, y un joven que salió del clóset en un video de YouTube que ya va por las tres millones de visitas, cuando las preferencias sexuales deberían ser irrelevantes y reconocerse homosexual debería requerir de la misma valentía que ir a la tienda a comprar pan y leche.
El asunto no es si el marica nace o se hace, sino que hay personas que son maricas y otras que se hacen los maricas. Las segundas son las peligrosas.
Por Adolfo Zableh @azableh
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