Historia real
Por Sara Castro
Cali, Colombia. En el año 1991, en un barrio de clase media, vivía una pareja de homosexuales, formada por Jorge y Manuel. Llevaban juntos 8 años.
Jorge: tenía 36 años, era un moreno muy guapo, sociable, extrovertido y un auténtico chef, cosa que le dio popularidad en el barrio. Se dedicaba a los quehaceres de la casa. Los fines de semana cocinaba, sacaba una mesa, asientos, una vitrina al andén de su casa y vendía empanadas, tamales, arepas y toda clase de comida. Como es costumbre en Colombia vender comida en la puerta de casa y así ganarse un dinerito.
Manuel: tenía 50 años, atractivo, alto, atlético, serio y reservado. Trabajaba en una empresa importante con mucho tiempo de antigüedad, tenía una moto de alto cilindraje en la cual se trasladaba a su trabajo. Entre los dos pagaban la hipoteca, tenían una casa bonita, impecable, con muebles y cuadros de un valor considerable. Todo iba bien.
Pero todo cambió de repente. Se encontraron en la calle un perro vagabundo, se lo llevaron a casa, lo bañaron, y el perro empezó a dormir debajo de la cama de ellos. No sabían que el perro tenía garrapatas.
Como bien saben, las garrapatas son muy pequeñitas y una subió por la pata de la cama y se le metió en un oído a Manuel.
Esta fue la versión que sostuvo Jorge hasta el final.
El caso es que un día cualquiera, vino Manuel del trabajo en su moto y sintió mareos. Alcanzó a parar y cayó al suelo. Lo llevaron al hospital y estuvo internado 15 días, para verificar los exámenes. Al salir del hospital regresó a su casa, pero nunca más volvió a su trabajo, se ponía en pie y se desplomaba.
Otra vez tuvo que ir para el sanatorio, estuvo en cuidados intensivos otros 15 días. Cuando volvió a su casa, lejos de mejorar, su vida se convirtió en un calvario.
Al extremo de no conocer a nadie, poco a poco se fue debilitando. Jorge le daba la comida en la boca, lo duchaba, lo vestía, corría con él para todos los lados, le daba la medicina, que una cosa que la otra. Jorge lloraba pues se encontraba prácticamente solo.
Llegó el fatal día, Manuel amaneció muerto en su lecho y Jorge a su lado desolado, llamando a la funeraria, sin dormir, sin comer, él solo haciendo los trámites para el sepelio de su pareja.
Estaban todos en el velatorio, amigos y vecinos, y de repente aparece por sorpresa la mamá y los hermanos del difunto Manuel que no sabían nada de ellos en todo el tiempo. Se dirigen a Jorge y en vez de darle las condolencias al pobre chico, le piden que tiene que desocupar la casa y dejarla tal como está, con cuadros, moto y todo adentro.
¡Un balde de agua fría!
Jorge me pregunta que puede hacer, yo le respondo: “Búscate un abogado pero te digo de antemano que poco puede hacer, pues no hay una ley que te ampare”. Para terminar, Jorge fue desalojado de su casa con la policía. Perdió 8 años de su vida.
Casos como este suceden a diario en el mundo, por eso hay que dar un aplauso a Colombia porque ha dado un certero golpe sobre la mesa, legalizando los derechos, incluido el matrimonio gay.
Por Sara Castro periodista colombiana afincada en Madrid hace 28 años
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