lunes, 6 de marzo de 2017

La "Señorita María",la campesina en cuerpo de hombre sanada por el Cine

'Señorita María, la falda de la montaña' se estrenó en el Festival de Cine de Cartagena.


La señorita María Luisa Fuentes se levanta temprano todos los días a ordeñar, arar la tierra y arreglar su casa, ubicada a más de una hora, a buen paso, de Boavita, Boyacá. Cuando el sol ya alumbra, compone sus ropas, prende el fogón de leña y se afeita la espesa barba del mentón.

Ella, que nació en el cuerpo de un hombre, fue víctima de burlas y rechazos en el tradicional pueblo en el que vive. Pero ahora sus temores son diferentes, menores, desde que accedió a contar su historia en la película ‘Señorita María, la falda de la montaña’, cuyo estreno oficial se dio en el Festival de Cine de Cartagena (Ficci).

Hoy se ve luminosa, con una blusa blanca y celeste y unas medias veladas que hacen juego con la blancura de su falda, una prenda que a ella le encanta, pero que en su niñez tuvo prohibido usar. Ella tenía que llevar pantalones, como todos los hombres.



Por primera vez se atrevió a subirse a un avión, por primera vez fue a Bogotá, por primera vez en su vida fue a cine y por primera vez vio el mar. Su vida se está llenando de primeras veces.

De ojos pequeños y palabras cortas, su voz es apenas un susurro que se desliza por sus escasos dientes. “De primeras, la gente era jodidita, como mala, pero yo no me afanaba por eso. Yo, tranquila. Y ahorita ya cambió. Me saludan muy bien, yo también los saludo...”, dice casi reprimiendo la fortaleza que esconden sus facciones de roble.


Su historia le llegó al director Rubén Mendoza como un sino familiar, ya que en Boavita se instaló su abuelo, de origen libanés, para prosperar y engendrar sus 26 hijos. Desde finales del siglo pasado se hablaba de la señorita, de su perturbadora presencia, siempre con falda, y levantando como el polvo del camino los chismes del pueblo.


“La primera vez que la vi, yo iba por la carretera entre Boavita y Soatá –recuerda Mendoza–. Cuando la vi, inmediatamente frené el carro. Paré y le hice una pregunta estúpida, que para dónde era Soatá, y ella me respondió, como obvio, que para el otro lado. Eso fue en el 2007. Y en el 2010, en el avión, volviendo de la beca del Festival de Cannes, yo venía desesperado por empezar a hacer ‘Tierra en la lengua’ (película que luego ganó en el Ficci), y mi papá estaba en su pueblo, ya despidiéndose de la vida. Yo estaba loco por estar con él, así que dije ‘Voy, pero voy con cámara; yo quiero empezar a hacer algo sobre esa mujer. Quiero ir a buscarla’ ”.

En un campero presuroso, Mendoza aseguró la cámara al capó y se lanzó a filmar la ruta, los 184 kilómetros que separan a Boavita de Tunja. Esa toma es la que introduce el documental, a veces dolorido, a veces inspirador, pero siempre conmovedor.

Apenas 20 minutos después de indagar por ella, Mendoza encontró a la señorita María. Habló con ella, le transmitió su seguridad. Y una hora después ya estaban filmando su caminata rumbo a su casa, que a un citadino le tomaría dos horas, pero que ella hace en la mitad. Son escenas de hace casi siete años. En todo este tiempo, María Luisa ha aparecido y desaparecido del radar. No fue fácil convencerla de salir en pantalla.

“Yo tenía un poquito de timidez, no iba yo a aceptar, entonces, una amiga me dijo: ‘Mujer, acepte. Pueda ser que le vaya bien. Que tenga amistades y todo’. Y lo acepté”, dice mirando al cielo.


Mendoza recuerda que luego de haber rodado seis días con ella, y de haber empezado una relación de amistad, súbitamente cambió. “Ella empezó a escaparse, y después se me escondió dos años. Con ese material me gané varios premios, y ya se unió Amanda (Sarmiento), la productora general. (...) Puso a prueba la verdad de ese vínculo durante dos años. Una vez me hizo viajar con equipo y todo, ya con el premio del Fondo de Desarrollo Cinematográfico, con responsabilidades por entregar... y no apareció. Después nos confesaba que nos veía desde otro lado de su montaña; allá nosotros, golpeando a su puerta”.


La persona que la convenció fue María Isabel Bonilla, vecina de la misma vereda, que le daba comida y afecto. En la película aparece con su rostro desconfiado y arrugado, surcado por los muchos años, mientras la señorita María le dice que es como su mamá. Que la quiere como si fuera su mamá. Luego, a solas, Bonilla le dice a la cámara que le tiene lástima. Que es una obra de caridad.

Bonilla ya murió. Fue por mucho tiempo la única compañía de la señorita María, pues la familia de esta la abandonó. Sus padres la dejaron al cuidado de su abuela y nunca volvieron. De sus otros familiares poco se sabe. Ella no los extraña, y en la cinta solo se muestra enfadada cuando los recuerda. “Se olvidaron, y yo también los olvidé. Ni que ellos me jodan, ni yo tampoco. Los dejo tranquilos, y que me dejen tranquila también. No me hablan, pero no me están molestando”.

Comienza una amistad

La señorita María tiene 45 años y una fe católica inquebrantable. Cuando le pregunto si en su relación con Dios nunca le ha hecho un reproche, ella se sorprende: “Principalmente, uno debe respetar a mi Dios, no ofenderlo mucho tampoco. Porque Él es el que lo socorre a uno. Yo a Él lo recibo en mi cuerpo, y para mí es mucha felicidad. Salgo contenta, porque es la compañía de uno, el único. Hay que tener un amigo, pero saberlo tener. Porque con todos, no”.

La salud tampoco la ha acompañado, porque sufre de epilepsia, una enfermedad que la paralizaba sin que ella supiera que estaba enferma. La película ha sido providencial. La cámara de Mendoza fue testigo de uno de esos ataques: “Era algo que ni el pueblo ni la familia sabían. La gente tenía en el imaginario que era como una maldición por sus cosas. Y resulta que, como le dio delante de nosotros, la pudieron diagnosticar, y de diez o veinte ataques que tenía al año, ha tenido solo dos desde que lo supimos, hace un par de años. Ha conocido sustancias que la ayudan a relajarse y a combatir esa enfermedad. Varias cosas le han pasado, pero, sobre todo, lo más grande es que se quitó un peso de encima, una culpa que era completamente ajena y le tenía atorada la vida”, dice el director.

La producción no solo le ha brindado ayuda médica, sino también legal y de mera supervivencia. “Ella nunca ha tenido nada en la vida –prosigue Mendoza–, vive en su terruño, donde nació su abuela, y eran dos potreros de los que quería despojarla el resto de su familia, como fue rechazada por su familia, por situaciones ajenas a ella desde antes de nacer. Pudimos empezar un proceso legal para que ya quedara en posesión. Cuidamos que tuviera unos recursos para apoyarla, y que tuviera un salario de actriz. Al comienzo no le dije, por esa frontera ética y documental, pero después, cuando reactivamos el contacto, le dijimos que iba a tener un sueldo; pudo comprar un par de animales, pudo dedicarle tiempo a la película, en vez de jornalear, y pudo jornalear mientras la filmábamos”.

El rodaje fue extenso; pero el montaje, mucho más. Había tal cantidad de filmación que la edición fue dolorosa y tomó al menos dos años. Dice Mendoza que llenó casi veinte de los cuadernos en los que documenta la película, todos con anotaciones de relación del material. “Con ella, todo era como oro. Como dice Vallejo, la perla necesita el chiquero para ser valiosa”.

Finalmente, quedó en 90 minutos que conmovieron a Cartagena durante sus cuatro funciones. Por los centros comerciales y el teatro Adolfo Mejía desfiló la señorita María como una estrella de cine, aunque una más tímida de lo habitual.

 

Mendoza, en cambio, estaba un poco prevenido: “Yo quería que viera la película antes de venir acá y que tuviera la oportunidad de decir ‘no voy, no quiero exponerme, no quiero responder nada’. Lloró toda la hora y media, de gancho de mí; y al otro lado, la productora, Amanda, consintiéndola. Pero le gustó mucho y se sintió honrada, se sintió como si se quitara un peso muy grande (...)”.

El cine ha sido sanación para ella. Hasta en su pueblo la ven de manera diferente. Luego del tráiler, se ofrecen a llevarla en carro, le abren paso. Agrega Mendoza: “Bajó la burladera, y ese sí es el último punto que quiero con esta película, quiero llevarla, ofrecerla y ver qué pasa. Boavita es un milagro, porque no la mató. A la señorita María en cualquier lugar de Colombia perfectamente la hubieran podido matar, y su vida misma es un reto a la muerte. En el que ella ha ganado. Y eso también habla bien del pueblo”.

La aparente dureza de Rubén Mendoza con sus historias y con la prensa, en realidad esconde una postura ética, un deber ser ante la sociedad. “El cine es la vida. Yo no pienso que uno pueda filmar a una persona como un animal, como la National Geographic, a ver cómo se lo comen los leones. Yo no soy trabajador social, pero cuando nace una amistad, nace de verdad”.

JULIO CÉSAR GUZMÁN
EL TIEMPO Editor Cultura y Entretenimiento
Cartagena



Este es el tráiler oficial de "Señorita María", el nuevo documental de Rubén Mendoza

Boavita es un pueblo campesino, conservador y católico, incrustado en los Andes y detenido en el tiempo: entre las faldas de sus montañas vive la Señorita María Luysa. Tiene 44 años y nació siendo niño. Todo el horror del campo y la moral de Colombia no han hecho más que multiplicar la fuerza de un ser solitario y apartado desde la cuna, desde el vientre, que ha encontrado en sus secretos, en su amor por los animales, en el laberinto de su fe, los caminos para soportar un mundo que no ha hecho sino despreciarla por razones ajenas y de las que más bien es su primera víctima.


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