Del cuerpo “equivocado” a la cuerpa y el género optado
Por Manuel Antonio Velandia Mora PhD.*
Miquel Missé, es un joven sociólogo y activista trans catalán, a quien tuve la oportunidad de conocer virtualmente en un diálogo convocado por la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Alicante, allí él exponía algunas ideas de su último libro, “A la conquista del cuerpo equivocado” (2018), en el que plantea algunos interrogantes a los que deseo hacer referencia.
Según reflexiona Missé: “El relato más popular sobre la transexualidad ha señalado que nuestro malestar reside en nuestro cuerpo y la solución es transformarlo. Sin embargo, otras voces han querido impugnar ese relato con nuevas preguntas: ¿y si el origen de nuestro malestar no estuviera en nuestro cuerpo?, ¿seguiría estando en el cuerpo el remedio?”
Frente a estas dos preguntas, cabe señalar dos ideas: primera, que su discusión es sobre el término “cuerpo equivocado”, y segunda, que su posición no es contraria al uso de hormonas, cirugías o cualquier otro tipo de intervención sobre el cuerpo físico.
Lo importante de esta reflexión es centrarse en la idea de que el malestar del cuerpo no está en el cuerpo sino en las normas socioculturales que lo definen y lo diseñan según las épocas y las modas. La salida a ese modelo médico del cuerpo, reafirmado por la Iglesia y la norma legal, es la lucha individual y colectiva contra esas normas para su progresiva abolición; como bien lo afirma el argentino Marcelo Toyos, en su artículo “La sanción de un cuerpo equivocado”.
Los discursos Queer han centrado la atención, en reconocer que el movimiento trans quedó atrapado en el discurso hegemónico por sus reclamos por su derecho a la rectificación. Para esta idea me baso en el análisis del igualmente español Paul B. Preciado, filósofo, activista y crítico cultural, en su libro “Manifiesto Contrasexual” (2002), Preciado
Para Paul, el cuerpo trans es un cuerpo en mutación permanente, una sucesión de cuerpos que en su metonimia escapan de las ataduras del goce y que nunca aspiran a completarlo. Su ruptura con ese cuerpo hegemónico, y que más actualmente se identifica con la que algunoæs denominan “la cuerpa”, lo ha llevado a la fabricación permanente de un cuerpo, no solo en su condición de migrante transgénero, sino en su nomadismo existencial que lo lleva a no tener nunca una residencia física ni corporal fija.
La cuerpa, como concepto, empezó a utilizarse en 2013, es una creación de feministas y lesbofeministas que pronto amplió su implementación consciente en el discurso Queer. Según se lee en Feminarian, las feministas lo usan “Porque a nosotras también nos molesta un diccionario misógino y machista, la publicidad en la que somos meros objetos, la exclusión de las voces de poder, la comunicación agresiva y violenta. (…) hemos tomado la determinación de nombrarnos con nuestros propios códigos aquello que, además, pensáis que os pertenece”.
Haciendo uso de su poderío lo han apropiado para nombrar el cuerpo en femenino, pretenden romper con el patriarca interno que nos domina, ese mismo que le da el poder al lenguaje y a la Real Academia Española de la lengua.
La incansable lucha en la búsqueda de un cuerpo sin equívoco y sin confrontación con lo hétero del goce, en palabras de Toyos, está detrás de “un rechazo a la falta en ser, el reclamo por una totalidad del ser que desmienta la parcialidad de las existencias posibles”.
El intento al rechazar el concepto del cuerpo equivocado y asumir el género optado, el género construido o el género transitada, es borrar el discurso binario; borrar lo hétero inherente al sujeto de discurso y de la experiencia de vida como modelo del “deber ser” para los cuerpos, los géneros y las relaciones de parejas, de tríos o de grupos polimórficos en sus procesos afectivos, eróticos, placenteros, del deseo y de la genitalidad.
Lo interesante de esta propuesta de no querer ser rectificadoæ sino de construirse el cuerpo que se desea y que se tiene derecho a tener, es que el poder ya no está en manos de la ciencia médica y la psiquiatría que determinan quién es enfermoæ y debe ser corregidaœ, sino que se convierte en un ejercicio de autodeterminación en el que transitar en el cuerpo no necesariamente tiene que estar ligado al género (recientemente he tenido un usuario de mi servicios como sexólogo, quien es transcuerpo, pero no es transgénero), pero igualmente puede ligarse al ejercicio de ser migrante del género.
Esto nos lleva a la idea de que el concepto de género, en la perspectiva binaria de masculino y femenino, necesariamente ha cambiado.
Para mí, el género es un concepto que está signado por un imaginario heterocentrista que por igual es naturalista y biologicista, cuya lógica es dicotómica/binaria. Esta lógica es excluyente, en ella el ser parece estar obligado a ser “A” o “B”, negando la existencia de lo que ocurre entre los dos extremos.
Los géneros NO son dos: la “masculinidad” y “la feminidad” (perspectiva binaria del “deber ser”). Cabe aquí señalar que este es un concepto ecosistémico y que, existe una gran multiplicidad de posiciones y posturas a la hora de definirse y vivir en el género.
El género es dinámico, es cualquier punto en un continuo cuyos extremos, que son la “masculinidad” y “la feminidad”, son móviles. Las masculinidades y las feminidades NO son estáticas sino ecosistémicas: propias de un tiempo, de una cultura, de una sociedad y de unas relaciones sociales, culturales, políticas, religiosas y económicas, y que, especialmente es una construcción particular.
Por supuesto no todas las personas se asumen como migrante del género, algunas personas simplemente son aquello que les asignaron al momento de nacer; es decir, son cisgénero: individuos cuya identidad de género coincide con su fenotipo sexual, en consecuencia, se es macho masculino o hembra femenina; por otra parte, cabe señalar que este concepto NO aplica para las personas intersexuales, otro grupo poblacional al que también se ha querido identificar con el “cuerpo equivocado”.
Artículos Relacionados
No hay comentarios.:
Publicar un comentario